LA GEOMETRÍA DEL SUFRIMIENTO
Antología de Pesadillas
SINOPSIS
¿Sientes el eco? Es el latido de un corazón que no debería palpitar. "La Geometría del Sufrimiento" no es solo una antología de pesadillas; es una invitación a cruzar el umbral donde el dolor se convierte en arte y la carne en un lienzo de transformación.
Desde los callejones húmedos de una ciudad que devora a sus hijos hasta rituales ancestrales de sed eterna, esta colección explora los ángulos más agudos de la psique humana. Aquí, los monstruos no se esconden bajo la cama; nos miran desde el espejo, duermen en nuestra piel y redefinen los límites de nuestra realidad.
A través de cinco secciones que van desde "El Primer Desgarro" hasta "El Abrazo del Tormento Final", Omar Escobedo te guía por una cartografía del colapso, donde la belleza florece en la más absoluta oscuridad. Prepara tu paladar para el sabor del miedo y la textura de la desesperación.
¿Te atreves a descubrir la forma de tu propio abismo?
FRAGMENTOS DE PESADILLAS
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"Su reflejo cambió.
La piel de su rostro pareció volverse translúcida, enfermiza, como cera a punto de derretirse. Vio, no un monstruo, sino el vacío que había debajo: la arquitectura del hueso pálido, la oscuridad palpitante de las cuencas, la mentira de esa carne flácida que lo cubría como un traje mal hecho y sucio. El reflejo le mostró que su forma actual era una ausencia. Una abominable cáscara vacía.
La Voz era una vibración que emanaba de ese vacío, un zumbido que exigía que la cáscara fuera rota. Era el evangelio de su propia nada...."
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"El primer indicio no es el sonido. Es el tirón. La física pura. Un espasmo violento del chasis que nos lanza hacia delante. Luego, el rechinido brutal. Las llantas del Cadillac gritando sobre el asfalto mojado. Ahí vamos de nuevo.
Abro los ojos. El aire es un perfume nuevo, embriagador y nauseabundo: óxido del metal roto, caucho quemado, gasolina derramada y el inconfundible tufo caliente, dulce y metálico de la sangre. El festín…"
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“La hoja goteaba. Un rojo oscuro... espeso como aceite quemado, bilis de demonio, cada gota desprendiéndose con una lentitud obscena.... un metrónomo obsceno marcando el ritmo de mi agonía. Cada gota que golpeaba el suelo sucio y pegajoso resonaba en mis oídos como un martillazo en la tapa de un ataúd. El mío.
Voy a morir. La certeza era absoluta, helada, una esquirla de hielo alojada en mi cerebro, paralizando todo pensamiento, toda esperanza. Y me quedé allí, clavada al suelo, como un insecto atravesado por un alfiler, expuesta, vulnerable....”
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"Enzo fue guiado a su posición frente al altar, sintiendo el peso de las miradas silenciosas de la congregación ya reunida en las penumbras, sus siluetas apenas discernibles. Un escalofrío ajeno a la temperatura le recorrió la espalda, erizando el vello de su nuca.
El espejo, que antes reflejaba la escena, ahora se nubló por completo, como si un aliento gélido y vasto lo empañara desde un más allá insondable. Las palabras del oficiante se volvieron un cántico de agradecimiento, una invocación que crecía en poder, culminando con un nombre que resonó en el alma de Enzo con la fuerza de una blasfemia primordial…”
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“Su rostro se contrajo... la piel estirándose sobre pómulos que se afilaban como cuchillas. La mandíbula se desencajó con un crujido audible, rompiéndose en la sínfisis para dar paso a un hocico que se proyectaba hacia adelante, babeante. Los labios humanos se retiraron, desgarrándose en las comisuras, para revelar encías sangrantes donde los dientes no crecían: eran expulsados en múltiples hileras, dagas de marfil sucio y amarillento.
La piel de su cuerpo—la cáscara humana—comenzó a desgarrarse con chasquidos húmedos y sonoros, como tela mojada. La perdió en jirones sanguinolentos que caían al suelo como ofrendas repugnantes….”