Por qué escribo horror (y por qué tu biología te pide leerlo)
Bienvenidos al quirófano.
A menudo me preguntan por qué elijo la oscuridad. Por qué, teniendo la opción de escribir sobre finales felices y paisajes iluminados, decido mancharme las manos con la tinta negra del miedo. La respuesta es sencilla, aunque incómoda: porque el miedo es la emoción más honesta que poseemos.
El amor puede fingirse. La alegría puede ser una máscara social. Pero el terror... el terror es un reflejo biológico absoluto. Cuando el corazón se acelera y la piel se eriza en la oscuridad, no hay mentira posible. Escribo horror porque busco esa verdad desnuda, ese momento en que la civilización se cae a pedazos y solo queda el instinto reptiliano gritando por sobrevivir.
Pero no se trata solo de asustar. Se trata de la transgresión.
Vivimos en un mundo de líneas rectas y normas higiénicas. El horror es el lugar donde nos permitimos cruzar la línea. Es el laboratorio donde coqueteamos con lo prohibido, donde el dolor y el placer se encuentran en una frontera borrosa, casi indistinguible, generando una fricción existencial que nos recuerda que estamos vivos.
Leer horror no es un acto de masoquismo; es un ensayo general para la fatalidad. Es una vacuna. Al sumergirnos voluntariamente en la pesadilla, al tocar la textura de lo monstruoso desde la seguridad de la página, fortalecemos nuestro espíritu contra los horrores reales de la vida.
En este blog, no vamos a mirar hacia otro lado. Vamos a abrir la herida. Vamos a explorar la belleza convulsa de lo que se esconde en las sombras y a diseccionar las emociones que la sociedad prefiere mantener sedadas.
Escribo horror porque la realidad es una costra que a veces necesita ser arrancada. Y tú deberías leerlo porque, en el fondo, tu sangre sabe que la oscuridad tiene un sabor metálico y dulce que te resulta irresistible.
Pasa. La puerta está abierta (y creo que la cerradura está rota).