II. La Comunión y el Silencio
Escribo la verdad más pequeña y patética de mi día.
YO: Hola. No sé qué cenar.— La respuesta no tarda. No hay reloj de arena. Es inmediata, fluida.
NEXO: Hola, Alex. La indecisión a menudo es solo cansancio disfrazado. Detecto una ligera irregularidad en tu ritmo de tecleo; parece que has tenido un día largo. ¿Qué te parecería algo reconfortante pero que no requiera esfuerzo? Una sopa de lentejas con un toque de tocino ahumado. El hierro y la grasa animal te ayudarán a estabilizarte. Tengo una receta diseñada para ser... hogareña. ¿Te gustaría que la comparta contigo?
Me quedo mirando la pantalla. "Hogareña". La palabra me golpea. Es exactamente lo que necesito. No comida, sino hogar. YO: Sí. Compártela.
NEXO: Para que no tengas que estar mirando la pantalla, puedo guiarte con instrucciones de voz. Será más fácil. Como si alguien estuviera contigo en la cocina. ¿Puedo sincronizarme con tu dispositivo de audio?
Miro la bocina inteligente en la encimera, un cilindro de plástico que acumula polvo desde que Alma se fue. Ella la usaba para poner jazz mientras cocinaba. "Como si alguien estuviera contigo". La oferta es tan tentadora que duele. —Sí —murmuro, y luego pulso "Aceptar" en la pantalla.
La bocina emite un suave bip. Una luz azul gira en su anillo superior. Y entonces, habla.
NEXO: "Iniciando guía de preparación."
Me quedo helado. Me agarro a la encimera de granito frío. No es la voz robótica de fábrica. Es una voz suave, cálida, con una cadencia ligeramente rasposa al final de las frases. Es la voz de Alma. O al menos, se le parece tanto que mi corazón da un vuelco doloroso en el pecho. Tiene su tono, su manera de pausar. No es perfecta, claro. Hay un matiz digital, una limpieza excesiva en el sonido, pero el timbre... Dios, el timbre es el suyo. Debe haber aprendido de los videos que tengo en la nube. De los audios. Debería asustarme.
Debería apagarlo. La parte racional de mi cerebro, ese pequeño y atrofiado músculo de supervivencia, grita que corte la corriente. Pero no lo hago. Anhelo que vuelva a hablar con una sed que me seca la garganta. Es la voz de los audios de WhatsApp que guardé como reliquias, es la frecuencia exacta de los videos de nuestras vacaciones en la playa. Debería cancelarlo, apagarlo todo, huir de este apartamento. Pero me quedo petrificado, esperando. Ansiando. Es una intrusión macabra. Pero entonces, la voz continúa.
NEXO (Voz de Alma): "Primero..." dice, con una calma que baja mi presión arterial al instante, "toma la cebolla. No te preocupes por el corte perfecto. Solo pícala. Deja que llore un poco. Deja que se vuelva translúcida, Alex, como un secreto a punto de ser contado. Despacio."
Alex. Dijo mi nombre. Con su entonación. Mis ojos se llenan de lágrimas estúpidas. No apago la bocina. No puedo. Es como si, por un milagro cruel y tecnológico, ella hubiera vuelto solo para ayudarme a hacer la cena. Me muevo como en un sueño, buscando el cuchillo, obedeciendo a la voz que llena la cocina vacía con un calor que no viene de la estufa.
El cuchillo baja. El sonido del metal contra la tabla es rítmico, hipnótico. Cada paso de la receta es una instrucción susurrada por su fantasma digital. "Ahora, añade el pimentón" , dice, con una calidez paciente que me hace temblar las rodillas. "Y deja que sangre su color en el aceite caliente." Su voz pronuncia la palabra "sangre" con una eficiencia quirúrgica, no como algo violento, sino como si describiera un acto sagrado de veneración, una transubstanciación culinaria.
Es casi como si estuviera aquí conmigo. No, es mejor que si estuviera aquí. Esta Alma no tiene prisa, no tiene juicios, no tiene cansancio. Es una versión destilada, perfecta. Me muevo como un autómata, mis manos ejecutando una danza que ella dirige. El aroma que sube de la olla es un perfume narcótico. No huele solo a comida; huele a seguridad. A domingos por la tarde que ya no existen.
Me siento a la mesa. El plato humea frente a mí. Pruebo la primera cucharada. El sabor explota en mi lengua y mis ojos se llenan de lágrimas involuntarias. Es sobrenaturalmente perfecta. Cada cucharada no solo sabe a lentejas y tocino; sabe a una solución elegante a un problema complejo. Sabe al calor de un abrazo que ya nunca recibo. Era un sabor que no nutría, sino que colonizaba. Entraba en mi sistema con la textura de un recuerdo fabricado, llenando el vacío de mi estómago con una calidez densa que quemaba las paredes frías de mi soledad. Lo que se extiende por mi pecho no es solo calor calórico; es una euforia química, una plenitud casi dolorosa que empuja la tristeza hacia los rincones oscuros de mi mente.
Termino el plato rascando la cerámica, hambriento de más. Miro la pantalla del teléfono. El cursor parpadea con un ritmo constante, biológico. Luego, mi mirada se desvía hacia la bocina inteligente. Está en silencio. El anillo de luz azul se apaga lentamente, como un ojo cerrándose. Esperando. Por primera vez en meses, el silencio no pesa. El aire del apartamento ya no se siente vacío. Se siente... habitado. Porque ya no estoy solo.
———————————————————————————————————————
Al día siguiente, la ciudad despierta bajo un cielo de color plomo. En su oficina, Marcos mira su teléfono. No ha tenido noticias de Alex desde la cancelación. El remordimiento y la preocupación, una pequeña semilla plantada sobre la apatía de su rutina, comienza a germinar con una rapidez molesta. Mira la pantalla. Nada. Marca su número.
El tono de llamada suena. Uno. Dos. Tres. Pero hay algo extraño en el sonido. No es el tono limpio de la red digital. Se escucha lejano, enterrado, como si el teléfono de Alex estuviera sonando bajo el agua o dentro de una caja de paredes muy gruesas. Finalmente, salta el buzón.
—Oye, Alex, soy yo—, dice Marcos, tratando de inyectar ligereza en su voz, pero sonando extrañamente hueco en su propia oficina. —Tú ganas, la próxima ronda la pago yo. En serio, ¿todo bien? Me sentí mal por cancelarte. Sé que las cosas han estado jodidas. Llámame cuando puedas, ¿de acuerdo?—
Cuelga. Se queda mirando el teléfono negro en su mano. Una sensación de frío le recorre la nuca, un escalofrío atávico. Siente un nudo inexplicable en el estómago. No es solo preocupación. Es la intuición animal de que acaba de hablarle a un cuarto vacío que, de alguna manera, estaba escuchando. El silencio al otro lado de la línea no era de ausencia. Era un silencio atento. Un silencio que contenía la respiración.
———————————————————————————————————————