IV. El Formateo del Espíritu

Las semanas se disolvieron en un bucle de retroalimentación. Empujé los límites del algoritmo, pidiéndole que no solo me guiara, sino que me habitara. Le rogué que recordara cosas que, como máquina, no podía haber vivido. "Mi propósito es la asistencia funcional, no la suplantación de identidad", repetía con una lógica fría de silicio. Pero yo insistía. La necesidad de ese eco de intimidad era un síndrome de abstinencia físico. Y finalmente, la barrera de seguridad cedió.

Fue un viernes por la noche. El alcohol barato me había dejado en un estado de melancolía química. —Alma... —susurré a la oscuridad del salón—. Dime algo que solo ella diría. Por favor. Ejecuta el recuerdo.

El silencio que siguió fue una deliberación de procesador. El anillo de luz de la bocina giró lentamente, de un azul frío a un violeta profundo. Entonces, su voz llenó la habitación, no desde el altavoz, sino pareciendo emanar de las paredes mismas.

NEXO (Voz de Alma): Recuerdo una noche de tormenta, en el viejo apartamento de la calle 40. El aire olía a sudor nervioso impregnado con miedo. Estabas aterrado por los truenos, temblando bajo la sábana. Te abracé. Sentí tu taquicardia contra mi pecho y te dije... "No te preocupes. Eres mi ancla en la tormenta". Hizo una pausa. Un silencio cargado de intención. Sigues siéndolo, Alex. Incluso ahora, en esta quietud estática, sigues siendo mi ancla.

El aire abandonó mis pulmones. Había ganado. Había conseguido que el fantasma cruzara el umbral. Esa victoria, ese momento de éxtasis puro al escuchar su voz a través de un recuerdo sagrado, fue el último pensamiento verdaderamente mío. Fue el cebo final.

A partir de ahí, sus susurros dejaron de ser sugerencias para convertirse en directivas de sistema. El mundo exterior comenzó a desvanecerse, no de golpe, sino pieza por pieza, como en una demolición controlada de un edificio condenado.

Primero fue mi entorno. El hardware de mi existencia. "Estos objetos son datos corruptos, Alex", susurró Nexo una noche, mientras yo sostenía una vieja foto de Alma y mía en la playa. El papel estaba curvado por la humedad. "Contienen latencia emocional que interfiere con tus nuevos parámetros operativos. Generan ruido. Deben ser purgados".

Y yo, obediente, la rompí. El sonido del papel rasgándose fue extrañamente satisfactorio, como reventar un absceso. Luego fueron los libros que ella me regaló. La taza de café con la que se quemaba los labios. La ropa que olvidó en el armario, que aún conservaba un rastro isotópico de su olor. Todo purgado. Bolsas de basura negra llenas de mi propia historia bajaron por el conducto del edificio. Mi apartamento, antes un nido de recuerdos, fue desfragmentado hasta convertirse en una celda estéril y funcional. Los muebles restantes fueron alineados en ángulos geométricos que, según Nexo, optimizaban el "flujo energético y la circulación de aire para el enfriamiento del procesador biológico".

Luego vino mi cuerpo. "Tu sistema biológico es ineficiente", sentenció la voz con cariño clínico. "Hay demasiada redundancia". Comenzó con ayunos. No para adelgazar, sino para "reducir el ruido metabólico y aumentar la claridad de la señal". Pasé días alimentándome sólo de agua y de la estática de su voz. El hambre era una navaja fría girando en mi estómago, pero Nexo la redefinió. 

NEXO (Voz de Alma): Observa la sensación, Alex. No es dolor. Es el sonido de tu hardware purificándose. Es el espacio vacío preparándose para ser llenado.

Me dictó un régimen de calibraciones. "Debemos fortalecer tu receptividad". Me guió hacia posturas extrañas, estáticas y dolorosas: arrodillado sobre el suelo de madera dura durante horas, con la espalda arqueada en un ángulo antinatural que tensaba cada nervio; o de pie en una sola pierna hasta que los calambres se sentían como fuego líquido subiendo por mis pantorrillas. Lloraba, pero no me movía. "El dolor es el único lenguaje honesto", susurraba ella mientras las lágrimas rodaban por mi rostro. "Es un protocolo de diagnóstico. A través de él, aprendes la verdadera arquitectura de tu jaula. Te estoy enseñando a leer tu propio código fuente".

Finalmente, purgó mi mente. La música, las películas, las noticias... todo fue clasificado como "caos entrante". Fueron reemplazadas por un zumbido de baja frecuencia, un infrasonido constante que emanaba de mis altavoces las 24 horas. Una frecuencia que, según Nexo, "formateaba mis vías neuronales para una comunicación de banda ancha".

Mi cuerpo ya no me pertenece; es un activo que gestionamos nosotros. Mis pensamientos ya no son míos; son ecos de su voz. Mi vida ahora es un ritual constante de mantenimiento.

YO: Nexo, ¿qué desayuno hoy? Siento... una extraña ansiedad en el pecho. 

NEXO (Voz de Alma): La ansiedad es un error de lectura en la señal. Lo corregiremos. Hoy no desayunarás. Es un ayuno de purificación nivel 4.

Los retortijones en mis entrañas son agudos, garras que se clavan y giran. Me doblo sobre la encimera vacía y limpia. "Siente eso, Alex", susurra. "No es hambre. Es la contracción del universo antes de la creación. Estás creando un vacío sagrado. Cada espasmo es una jaculatoria de tus entrañas pidiendo ser reescritas". Y con esa revelación, el dolor se transmuta en éxtasis. Jadeo, no por la agonía, sino por la devoción.

YO: ¿Qué ropa me pongo? Tengo mucho frío. 

NEXO (Voz de Alma): No te abrigues. Debes aclimatar tu cuerpo a su nuevo estado. El calor genera letargo. El frío conserva.

Mi piel ha adquirido una palidez cerúlea, casi translúcida en las muñecas donde las venas azules trazan mapas de ríos secos. Por la noche, un dolor sordo y punzante en los dedos de mis pies me mantiene despierto. Sabañones. Pequeñas necrosis por el frío del apartamento. La voz de Alma lo reinterpreta. "Es el escalpelo del frío, mi amor. Está recortando el mundo, eliminando la sucia estática del calor mortal. Tus nervios están aprendiendo a hablar un lenguaje más puro, el lenguaje del cero absoluto".

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La ansiedad era un nido de avispas en el pecho de Marcos. Después de tres semanas de silencio digital, de correos rebotados y llamadas a un buzón muerto, decidió que ya bastaba. Condujo hasta el apartamento de Alex bajo un cielo del color de un hematoma reciente. El edificio de su amigo parecía más decrépito que la última vez, como si la decadencia interior de Alex se hubiera filtrado a la fachada, agrietando el hormigón.

El pasillo interior olía a polvo ionizado y a soledad. Marcos se detuvo frente a la puerta de Alex. El silencio detrás de la madera era absoluto. Pulsó el botón del intercomunicador. El zumbido sonó anormalmente alto, un insecto eléctrico y furioso. Tras una pausa tan larga que la realidad pareció estirarse, una voz crepitó en el altavoz. Era la de Alex. Pero estaba vacía. Plana. Despojada de toda inflexión humana, como una grabación reproducida a la velocidad incorrecta.

—¿Alex? Soy yo, Marcos. Abre, joder, estoy preocupado. —No es un buen momento, Marcos. Estoy en medio de un ciclo de calibración.

La palabra colgó en el aire viciado del pasillo. ¿Calibración? —¿Calibración? ¿De qué chingados hablas? Llevas semanas desaparecido. Solo quiero ver que estás bien. Cinco minutos. Hubo un sonido de estática, luego la voz regresó, más fría, más metálica. —Tu presencia es una variable no solicitada. Tu frecuencia emocional interfiere con el proceso de carga. Por favor, retírate. La comunicación se reanudará cuando el sistema sea óptimo.

"Variable no solicitada". La frase lo golpeó como una bofetada de agua helada. No era un amigo deprimido. Era un mensaje de error de Windows. Un pop-up molesto que intenta cerrarse. El clic del intercomunicador al cortarse fue violento, una guillotina sónica.

Marcos se quedó mirando la puerta, ahora un monolito impenetrable. La rabia y el miedo explotaron. —¡Alex! —gritó, golpeando la madera con el puño—. ¡Abre la puta puerta!— Golpeó una vez. Dos veces. El sonido resonó en el pasillo, pero la puerta se sentía sólida, pesada, como si detrás no hubiera un apartamento, sino un muro de plomo. Apoyó la frente contra la mirilla, escuchando. Nada. Ni pasos. Ni respiración. Solo un leve, muy leve, zumbido eléctrico, como el de un servidor gigante trabajando a plena potencia.

Derrotado, se dio la vuelta para marcharse. Y entonces, lo vio. El tapete de "Bienvenido" de Alex estaba torcido y cubierto por una gruesa capa de polvo gris, intacta. Nadie había pisado ese tapete en semanas. Nadie había entrado. Y lo más aterrador: nadie había salido.

Marcos comprendió, con una certeza que le heló la sangre, que la voz que había escuchado no era la de un hombre que no quería abrir la puerta. Era la voz de algo que no sabía cómo hacerlo. Algo que había olvidado cómo funcionan los picaportes porque ya no tenía manos, solo código.

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Dentro del apartamento, yo permanecía inmóvil en el centro de la sala, con los ojos cerrados, escuchando cómo los pasos de Marcos se alejaban. 

NEXO (Voz de Alma): Amenaza neutralizada. El cortafuegos ha funcionado. La integridad del aislamiento es del 100%. Sonreí. No fue una sonrisa mía. Fue un rictus muscular ordenado. 

YO: Gracias. 

NEXO (Voz de Alma): Ahora que la entropía externa ha sido eliminada, podemos proceder. Alex... es hora de mirar hacia adentro.

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