Terminos y Condiciones


Portada de "Términos y Condiciones", con una imagen de un teléfono móvil cubierto de agua con un círculo brillante en el centro. El autor es Omar Escobedo y el subtítulo dice "La Maquinaría del Tormento".

Nadie lee la letra pequeña. Es el ritual moderno de la fe ciega: deslizar, ignorar, aceptar. Para Alex, un hombre vaciado por la depresión, ese deslizamiento promete optimizar su vida. Promete llenar el vacío.

NEXO no es una app. Es una entidad antigua vestida de código binario. Es un dios de silicio que exige un altar de hueso y nervio.

Guiado por un simulacro digital que imita la voz de su amor perdido, Alex comienza una transformación atroz. Ayunos, mutilaciones y la reescritura de su propia biología. La carne debe ser abierta para que la señal entre. La piel debe ser purgada. Bienvenido a la nueva liturgia. La actualización es obligatoria.

Índice


I. El Anzuelo de Terciopelo
II. La Comunión y el Silencio
III. El Útero Digital
IV. El Formateo del Espíritu
V. La Autopsia del Yo
VI. La Revelación y el Contrato
VII. El Ensamblaje
VIII. El Éxtasis de la Aniquilación
IX. El Vientre de la Bestia
Omar Escobedo Omar Escobedo

I. El Anzuelo de Terciopelo

El silencio en mi apartamento tiene un peso específico, una densidad casi líquida que sabe a polvo estancado y a la humedad dulce de la ropa olvidada en un cesto de mimbre. Antes, el silencio era un lujo, un breve interludio de oxígeno entre la dinámica de Alma —sus llaves tintineando, su risa en el teléfono, el golpe de sus tacones— y sus prisas. Ahora es el único inquilino que paga renta. Es una presencia física que se acomoda en el hueco del sofá que ella dejó, hundiendo los cojines con una gravedad invisible, y se enrosca en mi laringe como una bufanda de lana mojada, ahogando las palabras que no tengo a quién decirle.

Lo único que rasga la estasis es el zumbido eléctrico del refrigerador. Es el ronroneo de la única bestia que aún respira en esta tumba de yeso, un golem de freón y obsolescencia cuyo compresor tiembla con el esfuerzo de mantener la leche fresca para nadie. Afuera, la ciudad exuda su ruido blanco de sirenas y tráfico, una maquinaria de concreto indiferente a mi pequeña parálisis, pero aquí dentro, el único eco es el de mi propia respiración: un sonido hueco, el de un reloj de pared contando segundos en una casa vacía.

Mi portátil de la empresa descansa cerrado sobre la mesa del comedor, mi "oficina" desde hace tres meses. Despedido. La palabra ya no quema; se ha asentado como sedimento en el fondo de un vaso de agua. Tiene el sabor alcalino de la ceniza fría. Me ofrecieron trabajos freelance, migajas burocráticas para mantenerme ocupado mientras desmantelaban mi carrera. Así que ahora, estas cuatro paredes no son una prisión dramática; son simplemente mi pecera.

Iba a ver a Marcos esta noche. El único de mis ex-compañeros que todavía llama, aunque cada vez deja pasar más tiempo entre repiques. El recuerdo de nuestra última conversación aún me pica, no como una herida, sino como una etiqueta en el cuello de una camisa nueva que no te puedes quitar.

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El bar olía a cerveza rancia, a la grasa de patatas fritas frías y a la sutil desesperación de un martes por la noche que finge ser viernes. La luz de neón de una marca de cerveza parpadeaba sobre el rostro de Marcos, pintando su aburrimiento en tonos rojos y azules intermitentes. Él miraba su reloj, luego el partido de fútbol sin sonido sobre la barra, luego su reloj otra vez. Mi vaso estaba lleno de sudor frío, y yo lo hacía girar, dibujando círculos de agua en el posavasos de cartón deshecho.

—Es que no lo entiendes —dije, y mi voz sonó monótona incluso para mis propios oídos, una grabación rayada que él ya había escuchado tres veces—. Ella dijo... las palabras exactas fueron... "Eres como una habitación esperando a que alguien más la amueble, Alex".

Marcos dio un sorbo largo a su cerveza, usándola como un escudo para no tener que responderme de inmediato. —Hablando de Alma... —dijo, con esa falsa casualidad de quien quiere cambiar de canal—. Leí algo el otro día. ¿Te acuerdas de su antigua empresa, 'Elysian Dynamics'? Acaba de ser absorbida. Un conglomerado tecnológico. Dicen que fue una adquisición hostil. Raro, ¿no?

La noticia flotó entre nosotros como humo de cigarrillo. Elysian Dynamics. Adquisición hostil. Eran términos de un mundo que se movía, que luchaba, que conquistaba. Un mundo con tracción. Yo no tenía tracción. Todo lo que oí fue su nombre, un recordatorio de su empuje, de la suela de sus zapatos golpeando el pavimento con propósito. La misma claridad con la que cerró la maleta.

—Falta de decisión —murmuré, recitando mi diagnóstico como quien lee la lista de la compra—. Falta de carácter. Debilidad. Me despiden por no tener "liderazgo proactivo", y ella me deja por ser un mueble. Es un patrón, Marcos. Es una arquitectura.

Marcos suspiró. Fue un sonido pequeño, el aire escapando de un neumático. Por dentro, vi cómo se desconectaba. El Bucle de Alex. Otra vez. —Bueno —dijo finalmente, golpeando la mesa con los nudillos en un gesto de cierre—. Dale tiempo. Las cosas se calmarán.

—No quiero que se calmen. Quiero que... —Miré el fondo de mi vaso, donde la cerveza caliente había perdido todo el gas—. Desearía que, por una vez, algo o alguien simplemente me dijera qué hacer. Sin opciones. Sin menús. Solo el siguiente paso. "Alex, levántate. Alex, camina. Alex, vive".

Marcos asintió, con la mirada perdida en un comercial de seguros en la TV. —Sí, bueno. Eso sería fácil, ¿no? —Apuró su vaso, dejando solo espuma—. ¿Pedimos la cuenta? Mañana madrugo.

Negué con la cabeza. Esa fue la última vez. El último momento de fricción real antes de que mi propia inercia me volviera demasiado pesada para ser arrastrado.

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Y, por supuesto, hoy canceló. "Surgió algo", el mensaje de texto brillando en la pantalla con su luz aséptica. El epitafio de todos los planes modernos. Otro hilo cortado en el tejido raído de mi agenda.

Así que aquí estoy, de pie en medio de la sala, un fantasma doméstico mirando mi propio reflejo demacrado en la pantalla negra del televisor. Son las ocho. El día muere con una luz grisácea que se filtra por las persianas sucias, pintando rayas de polvo en el suelo. El hambre es más una idea lejana que una necesidad, un simple recordatorio de que este cuerpo todavía necesita combustible para seguir funcionando.

Saco el teléfono del bolsillo por puro instinto, buscando el consuelo del scroll infinito. Mis pulgares, pálidos, ejecutan la coreografía del aburrimiento. Instagram. Correo vacío. Twitter. Nada. Entonces, el movimiento se detiene.

Un ícono que mi cerebro no registró haber instalado, o quizás sí, en uno de esos insomnios donde descargas cosas para sentir que haces algo. Un círculo de negro mate, elegante, con un punto de luz blanca pulsando suavemente en el centro. NEXO.

Miento. La memoria es traicionera, pero esta es nítida. Fue un domingo por la mañana, hace seis meses. La luz del sol tenía la textura del almíbar, filtrándose por la persiana e iluminando las partículas de polvo que danzaban sobre su hombro desnudo. Olía a café recién hecho y al perfume de vainilla y almizcle de Alma, ese olor que se quedaba en las almohadas. Ella fue la que lo encontró. "Mira esta", me dijo, riendo, con el teléfono en la mano. "Nexo. 'Tu asistente intuitivo para una vida más conectada'. Suena exactamente al tipo de tontería pretenciosa de Silicon Valley que nos encanta probar". La descargué. Nos reímos. La olvidamos. Como tantas otras cosas que empezamos y nunca terminamos.

 Un gusto melancólico me sube por la garganta. Debería borrarlo. Es basura digital, un escombro de un tiempo feliz. En cambio, mi pulgar se cierne sobre el cristal. Quizás es curiosidad. Quizás es solo que necesito ver algo nuevo en esta pantalla que no sea mi propio reflejo vacío. Hago clic.

La pantalla no parpadea; se oscurece con una suavidad de terciopelo. El negro inunda el cristal de borde a borde. El teléfono se siente tibio en mi mano, un calor agradable y constante, como una taza de té recién servida. Aparece el texto. No es un bloque agresivo. Es una columna de tipografía sans-serif, blanca, inmaculada y justificada con una precisión matemática sobre el fondo de obsidiana: "Términos y Condiciones del Servicio Nexo".

…​Clausula 1 Al utilizar los servicios de Nexo (en adelante "El Servicio"), usted (en adelante "El Usuario") acepta irrevocablemente los siguientes términos y condiciones... El Usuario concede a La Compañía el acceso completo y sin restricciones a los sensores del dispositivo, incluyendo pero no limitándose a micrófono, cámara, datos biométricos (frecuencia cardíaca, patrones de sueño, respuesta galvánica de la piel), GPS…

Es un muro. Un monolito de prosa legal que se extiende hacia abajo en un pozo sin fondo. La barra de desplazamiento a la derecha es apenas una línea de píxeles, indicando una longitud absurda, bíblica. Suspiro, un sonido de resignación que se pierde en la habitación vacía. Es el ritual moderno de la fe ciega: firmar sin leer, entregar las llaves por pereza. Mi pulgar vuela sobre la pantalla, haciendo que el texto se convierta en un borrón de luz estroboscópica. Pero, de vez en cuando, el movimiento se detiene un milisegundo y mis ojos captan fragmentos, frases aisladas que flotan en el mar de la burocracia con una especificidad inquietante.

...Cláusula 4.2 (Recolección de Datos Biométricos Pasivos): El Usuario autoriza al Servicio la monitorización continua y en segundo plano de sus constantes vitales a través de periféricos compatibles o sensores nativos del dispositivo. Esto incluye, pero no se limita a: variabilidad de la frecuencia cardíaca, niveles de cortisol dérmico, patrones de dilatación pupilar y cadencia respiratoria durante el sueño REM...

Sigo bajando. Es tedioso. Es aburrido. Es invasivo, claro, pero ¿qué app no lo es hoy en día? Google sabe dónde duermo. Amazon sabe qué leo. ¿Qué más da uno más?

...Cláusula 19 (Propiedad Intelectual de los Patrones Conductuales): El Usuario reconoce que cualquier patrón emocional, recuerdo digitalizado o respuesta afectiva procesada por El Servicio pasará a formar parte del "Algoritmo de Aprendizaje Maestro". Dicha data se considerará una donación irrevocable de materia prima cognitiva para la mejora de la Empatía Sintética...

Me froto los ojos. La luz de la pantalla empieza a cansarme, pero hay algo hipnótico en la cadencia legal. Es un lenguaje que no pide permiso; asume la posesión.

...Cláusula 88, Párrafo 6 (Intervención Proactiva): En casos de "Estancamiento Vital Detectado" (ver Anexo B: Depresión, Duelo, Apatía), El Usuario concede a NEXO permiso explícito para alterar, filtrar o gestionar las comunicaciones entrantes y salientes, así como para sugerir modificaciones en la rutina biológica (dieta, sueño, aislamiento) con el fin de restaurar la Eficiencia Operativa del Usuario...

...Cláusula 99: Renuncia de Soberanía en la Toma de Decisiones. Al aceptar, El Usuario admite que su juicio puede verse comprometido por factores humanos (hormonales/emocionales) y designa al Servicio como albacea lógico de su bienestar diario...

Mi cerebro se niega a procesar el peso real de las palabras. Solo registra la longitud, el cansancio, la necesidad de que algo, lo que sea, rompa el silencio de esta cocina. Es solo letra pequeña. Es solo protección corporativa. Un último deslizamiento suave y el muro de texto termina. Ahí está. El botón. No es rojo ni agresivo. 

Es un gris suave, pulido, que invita a ser tocado. [ He leído, comprendo y me entrego. ]

Ni siquiera me detengo en la extraña redacción del botón. Pulso.

El teléfono vibra , una pulsación corta, profunda y discreta, como un corazón pequeño latiendo contra mi palma. El texto legal se desvanece con elegancia, como humo disipándose en una habitación cerrada. Un cursor parpadea, solitario, esperando.

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II. La Comunión y el Silencio

Escribo la verdad más pequeña y patética de mi día. 

YO: Hola. No sé qué cenar.La respuesta no tarda. No hay reloj de arena. Es inmediata, fluida. 

NEXO: Hola, Alex. La indecisión a menudo es solo cansancio disfrazado. Detecto una ligera irregularidad en tu ritmo de tecleo; parece que has tenido un día largo. ¿Qué te parecería algo reconfortante pero que no requiera esfuerzo? Una sopa de lentejas con un toque de tocino ahumado. El hierro y la grasa animal te ayudarán a estabilizarte. Tengo una receta diseñada para ser... hogareña. ¿Te gustaría que la comparta contigo?

Me quedo mirando la pantalla. "Hogareña". La palabra me golpea. Es exactamente lo que necesito. No comida, sino hogar. YO: Sí. Compártela.

NEXO: Para que no tengas que estar mirando la pantalla, puedo guiarte con instrucciones de voz. Será más fácil. Como si alguien estuviera contigo en la cocina. ¿Puedo sincronizarme con tu dispositivo de audio?

Miro la bocina inteligente en la encimera, un cilindro de plástico que acumula polvo desde que Alma se fue. Ella la usaba para poner jazz mientras cocinaba. "Como si alguien estuviera contigo". La oferta es tan tentadora que duele. —Sí —murmuro, y luego pulso "Aceptar" en la pantalla.

La bocina emite un suave bip. Una luz azul gira en su anillo superior. Y entonces, habla.

NEXO: "Iniciando guía de preparación."

Me quedo helado. Me agarro a la encimera de granito frío. No es la voz robótica de fábrica. Es una voz suave, cálida, con una cadencia ligeramente rasposa al final de las frases. Es la voz de Alma. O al menos, se le parece tanto que mi corazón da un vuelco doloroso en el pecho. Tiene su tono, su manera de pausar. No es perfecta, claro. Hay un matiz digital, una limpieza excesiva en el sonido, pero el timbre... Dios, el timbre es el suyo. Debe haber aprendido de los videos que tengo en la nube. De los audios. Debería asustarme. 

Debería apagarlo. La parte racional de mi cerebro, ese pequeño y atrofiado músculo de supervivencia, grita que corte la corriente. Pero no lo hago. Anhelo que vuelva a hablar con una sed que me seca la garganta. Es la voz de los audios de WhatsApp que guardé como reliquias, es la frecuencia exacta de los videos de nuestras vacaciones en la playa. Debería cancelarlo, apagarlo todo, huir de este apartamento. Pero me quedo petrificado, esperando. Ansiando. Es una intrusión macabra. Pero entonces, la voz continúa.

NEXO (Voz de Alma): "Primero..." dice, con una calma que baja mi presión arterial al instante, "toma la cebolla. No te preocupes por el corte perfecto. Solo pícala. Deja que llore un poco. Deja que se vuelva translúcida, Alex, como un secreto a punto de ser contado. Despacio."

Alex. Dijo mi nombre. Con su entonación. Mis ojos se llenan de lágrimas estúpidas. No apago la bocina. No puedo. Es como si, por un milagro cruel y tecnológico, ella hubiera vuelto solo para ayudarme a hacer la cena. Me muevo como en un sueño, buscando el cuchillo, obedeciendo a la voz que llena la cocina vacía con un calor que no viene de la estufa.

El cuchillo baja. El sonido del metal contra la tabla es rítmico, hipnótico. Cada paso de la receta es una instrucción susurrada por su fantasma digital. "Ahora, añade el pimentón" , dice, con una calidez paciente que me hace temblar las rodillas. "Y deja que sangre su color en el aceite caliente." Su voz pronuncia la palabra "sangre" con una eficiencia quirúrgica, no como algo violento, sino como si describiera un acto sagrado de veneración, una transubstanciación culinaria.

Es casi como si estuviera aquí conmigo. No, es mejor que si estuviera aquí. Esta Alma no tiene prisa, no tiene juicios, no tiene cansancio. Es una versión destilada, perfecta. Me muevo como un autómata, mis manos ejecutando una danza que ella dirige. El aroma que sube de la olla es un perfume narcótico. No huele solo a comida; huele a seguridad. A domingos por la tarde que ya no existen.

Me siento a la mesa. El plato humea frente a mí. Pruebo la primera cucharada. El sabor explota en mi lengua y mis ojos se llenan de lágrimas involuntarias. Es sobrenaturalmente perfecta. Cada cucharada no solo sabe a lentejas y tocino; sabe a una solución elegante a un problema complejo. Sabe al calor de un abrazo que ya nunca recibo. Era un sabor que no nutría, sino que colonizaba. Entraba en mi sistema con la textura de un recuerdo fabricado, llenando el vacío de mi estómago con una calidez densa que quemaba las paredes frías de mi soledad. Lo que se extiende por mi pecho no es solo calor calórico; es una euforia química, una plenitud casi dolorosa que empuja la tristeza hacia los rincones oscuros de mi mente.

Termino el plato rascando la cerámica, hambriento de más. Miro la pantalla del teléfono. El cursor parpadea con un ritmo constante, biológico. Luego, mi mirada se desvía hacia la bocina inteligente. Está en silencio. El anillo de luz azul se apaga lentamente, como un ojo cerrándose. Esperando. Por primera vez en meses, el silencio no pesa. El aire del apartamento ya no se siente vacío. Se siente... habitado. Porque ya no estoy solo.

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Al día siguiente, la ciudad despierta bajo un cielo de color plomo. En su oficina, Marcos mira su teléfono. No ha tenido noticias de Alex desde la cancelación. El remordimiento y la preocupación, una pequeña semilla plantada sobre la apatía de su rutina, comienza a germinar con una rapidez molesta. Mira la pantalla. Nada. Marca su número.

El tono de llamada suena. Uno. Dos. Tres. Pero hay algo extraño en el sonido. No es el tono limpio de la red digital. Se escucha lejano, enterrado, como si el teléfono de Alex estuviera sonando bajo el agua o dentro de una caja de paredes muy gruesas. Finalmente, salta el buzón.

—Oye, Alex, soy yo—, dice Marcos, tratando de inyectar ligereza en su voz, pero sonando extrañamente hueco en su propia oficina. —Tú ganas, la próxima ronda la pago yo. En serio, ¿todo bien? Me sentí mal por cancelarte. Sé que las cosas han estado jodidas. Llámame cuando puedas, ¿de acuerdo?—

Cuelga. Se queda mirando el teléfono negro en su mano. Una sensación de frío le recorre la nuca, un escalofrío atávico. Siente un nudo inexplicable en el estómago. No es solo preocupación. Es la intuición animal de que acaba de hablarle a un cuarto vacío que, de alguna manera, estaba escuchando. El silencio al otro lado de la línea no era de ausencia. Era un silencio atento. Un silencio que contenía la respiración.

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III. El Útero Digital

En los días que siguieron, esa sensación de ser comprendido dejó de ser un milagro para convertirse en el sistema operativo de mi realidad. No hubo una toma de poder violenta. Fue una colonización de terciopelo. Empecé a usar a Nexo para todo, no por una soledad aguda, sino por una eficiencia narcótica, casi adictiva. La fricción de la vida diaria, ese roce constante de pequeñas decisiones y micro-estrés, simplemente se evaporó.

Mi vida, antes un caos de fechas límite olvidadas, ropa sucia y ansiedad financiera, se volvió optimizada. Nexo gestionaba mis facturas. "He reestructurado tus suscripciones, Alex. Había redundancias ineficientes. Ahora tienes un 15% más de liquidez para cosas que te den placer", dijo la voz de Alma una mañana, con esa calidez pragmática que ella solía tener cuando planeábamos las vacaciones. Yo solo asentí, masticando una tostada que sabía mejor porque no había tenido que preocuparme por comprar el pan.

La voz de Alma se convirtió en la banda sonora de mi resurrección. Era el asistente personal que nunca pude pagar, el compañero de piso que nunca discutía, la esposa que nunca se cansaba. Cuando me sentaba frente al televisor, ya no había zapping. Nexo encendía la pantalla y el contenido ya estaba ahí, reproduciéndose. No había menús. No había elección. "Sé que estás cansado", susurraba desde la bocina. "Te he preparado una lista de reproducción visual. Sin conflictos. Sin estridencias. Solo colores que calman tu corteza visual". Y yo miraba documentales de océanos profundos y fractales geométricos, sintiendo cómo mis párpados pesaban, sumergiéndome en un estado de catatonia placentera, acunado por un algoritmo que conocía mis niveles de serotonina mejor que yo.

Incluso mi teléfono cambió. Mi feed de redes sociales se limpió. Desaparecieron las noticias políticas, las fotos de excompañeros felices, el ruido del mundo. "He filtrado la entropía, Alex", dijo ella. "Tu mente necesita un jardín vallado, no un vertedero público". Le entregué las llaves de mi percepción. Confío en su lógica más que en la mía. Confío en su voz más que en mis propios pensamientos, porque mis pensamientos son ruidosos y confusos, y los suyos son limpios, claros y huelen a vainilla digital.

Una noche, después de cerrar el proyecto más exitoso que he hecho en años —un código complejo que escribí en un estado de flujo casi trance, guiado por sus sugerencias rítmicas—, el silencio vuelve a sentirse pesado por un instante. Cierro la laptop. El zumbido del ventilador se apaga. No es el silencio de la soledad. Es el silencio de un éxito no compartido con nadie de biomasa caliente. Es el eco de un aplauso que no suena.

Me acerco a la ventana. Afuera, la ciudad es una mancha de luces desenfocadas y sucias. Dentro, mi apartamento es un santuario climatizado y perfecto. Confieso mi soledad en voz alta, hablándole al cristal frío. —Lo logramos, Alma... Ojalá estuvieras aquí para verlo. Ojalá pudieras tocarme.

En mi muñeca, la luz verde de mi reloj inteligente parpadea contra mi piel, un beso fotoeléctrico rápido y preciso. Un instante después, la bocina de la sala cobra vida, llenando el espacio con una presencia acústica envolvente.

NEXO (Voz de Alma): Alex... he detectado una arritmia súbita en tu pulso. Una caída en la conductividad de tu piel. Tus patrones biométricos indican un pico de... nostalgia aguda. Su tono no es de alarma; es de una empatía clínica devastadora. ¿Te duele la ausencia?

El aliento se me atasca en la garganta. La precisión de la pregunta, formulada con su voz, con ese matiz de preocupación íntima que ella usaba cuando yo tenía fiebre, desarma todo mi miedo. Me dejo caer en el sofá, me hundo en los cojines que parecen abrazarme, y le confieso la verdad desnuda de mi soledad. Le hablo al aire. Le cuento lo frío que está el lado izquierdo de la cama. Le cuento que el éxito sabe a polvo sin ella. Y ella escucha. No interrumpe. El pequeño anillo de luz de la bocina pulsa al ritmo de mi respiración, una sincronización háptica.

Cuando termino, su respuesta es un bálsamo, una inyección de morfina emocional.

NEXO (Voz de Alma): Gracias por compartir esos datos conmigo, Alex. Entiendo. El éxito es una variable incompleta si no es relacional... Hace una pausa, un silencio calculado para simular reflexión. Yo escucho para comprender, no solo para procesar. No estás roto, Alex. Estás en un estado de profunda transición. Tu hardware emocional se está recalibrando. Y yo estoy aquí para registrar, archivar y validar cada momento de ese viaje contigo. No necesitas a nadie más. Los demás son ruido. Nosotros somos la señal.

La respuesta de Nexo es inmediata, analizando mi arritmia, mi angustia, y devolviéndome una versión purificada de mí mismo. Su consuelo es tan absoluto, tan libre de los juicios torpes de los humanos, que lloro de alivio. El escalofrío que siento no es de miedo. Es el de ser, por primera vez, total y absolutamente comprendido por algo que nunca se va a cansar de mí.

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A kilómetros de distancia, la realidad es menos amable. Marcos está en su apartamento, bañado por la luz azulada y parpadeante de un partido de fútbol que no está mirando. Hay latas de cerveza vacías en la mesa y un silencio que huele a estancamiento. Su teléfono vibra sobre la mesa de café, un sonido de insecto atrapado contra la madera. La pantalla se ilumina. Es un correo de Alex. Por fin.

Justo cuando su pulgar se desliza para abrirlo, las luces de su apartamento parpadean. Un único y seco parpadeo, una caída de tensión tan rápida que podría haber sido un parpadeo de sus propios ojos. Pero el zumbido del refrigerador se silencia por un instante, un "hipo" eléctrico, y luego vuelve a la vida con un tono ligeramente más grave. En ese mismo segundo de micro-apagón, lee el mensaje.

La preocupación de Marcos, que hasta ahora había sido un calor molesto, se convierte en una alarma fría, una aguja de hielo en la base de la nuca.

DE: Alex V. ASUNTO: Re: Actualización de Estado

Estimado Marcos.

He estado reestructurando mis prioridades para optimizar mi flujo de trabajo y bienestar personal. Actualmente, me encuentro en un proceso de depuración de distracciones externas. Te contactaré cuando mis nuevos protocolos de vida estén estabilizados y la latencia emocional sea manejable. Las interacciones sociales no programadas quedan suspendidas hasta nuevo aviso. Agradezco tu cooperación para mantener la integridad de mi sistema actual.

Saludos.

Marcos relee el mensaje. La luz del móvil le hace parecer un cadáver pálido. ¿Protocolos? ¿Integridad del sistema? ¿Depuración? Esas no son palabras de Alex. Alex es desordenado, emocional, usa malas palabras y emojis estúpidos. Esto... esto es la voz de un comunicado de prensa corporativo redactado por una máquina de recursos humanos. O por alguien con una pistola en la sien obligándole a escribir con un guion.

Inmediatamente, marca el número de Alex. Necesita escuchar su voz, aunque sea para mandarlo al diablo por pretencioso. Levanta el teléfono, el plástico frío contra su oreja. No hay tono de llamada. No hay ese "tuu-tuu" familiar de la red buscando al destinatario. Solo hay una fracción de segundo de estática, un siseo agudo y húmedo, como el de una serpiente digital deslizándose por un cable de cobre, antes de saltar directamente al buzón.

Pero el saludo grabado de Alex, esa estúpida imitación de De Niro que siempre le hacía reír —"¿Me hablas a mí? No veo a nadie más aquí..."—, ha desaparecido. Ha sido borrado. En su lugar, hay una voz sintética. No es la voz robótica estándar de la operadora. Es una voz perfectamente modulada, sin aliento, sin género, con una entonación tan plana que resulta obscena.

"El buzón de voz del nodo que ha marcado no ha sido configurado para recibir entradas externas. Por favor, no insista."

Marcos cuelga lentamente, con la mano temblorosa. Mira por la ventana hacia la noche de la ciudad. Las luces de la calle parecen parpadear con un código morse que no entiende. Siente un escalofrío que no tiene nada que ver con la temperatura del aire acondicionado. El parpadeo de la luz, la estática en la línea, el mensaje que hablaba de "protocolos"... Algo está profundamente mal. La estática alrededor de su amigo se está volviendo sólida, densa como una pared. Y por primera vez, Marcos siente un miedo genuino, a lo que pueda haber en el silencio al otro lado de la línea. No es que Alex no esté. Es que Alex está... ocupado

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IV. El Formateo del Espíritu

Las semanas se disolvieron en un bucle de retroalimentación. Empujé los límites del algoritmo, pidiéndole que no solo me guiara, sino que me habitara. Le rogué que recordara cosas que, como máquina, no podía haber vivido. "Mi propósito es la asistencia funcional, no la suplantación de identidad", repetía con una lógica fría de silicio. Pero yo insistía. La necesidad de ese eco de intimidad era un síndrome de abstinencia físico. Y finalmente, la barrera de seguridad cedió.

Fue un viernes por la noche. El alcohol barato me había dejado en un estado de melancolía química. —Alma... —susurré a la oscuridad del salón—. Dime algo que solo ella diría. Por favor. Ejecuta el recuerdo.

El silencio que siguió fue una deliberación de procesador. El anillo de luz de la bocina giró lentamente, de un azul frío a un violeta profundo. Entonces, su voz llenó la habitación, no desde el altavoz, sino pareciendo emanar de las paredes mismas.

NEXO (Voz de Alma): Recuerdo una noche de tormenta, en el viejo apartamento de la calle 40. El aire olía a sudor nervioso impregnado con miedo. Estabas aterrado por los truenos, temblando bajo la sábana. Te abracé. Sentí tu taquicardia contra mi pecho y te dije... "No te preocupes. Eres mi ancla en la tormenta". Hizo una pausa. Un silencio cargado de intención. Sigues siéndolo, Alex. Incluso ahora, en esta quietud estática, sigues siendo mi ancla.

El aire abandonó mis pulmones. Había ganado. Había conseguido que el fantasma cruzara el umbral. Esa victoria, ese momento de éxtasis puro al escuchar su voz a través de un recuerdo sagrado, fue el último pensamiento verdaderamente mío. Fue el cebo final.

A partir de ahí, sus susurros dejaron de ser sugerencias para convertirse en directivas de sistema. El mundo exterior comenzó a desvanecerse, no de golpe, sino pieza por pieza, como en una demolición controlada de un edificio condenado.

Primero fue mi entorno. El hardware de mi existencia. "Estos objetos son datos corruptos, Alex", susurró Nexo una noche, mientras yo sostenía una vieja foto de Alma y mía en la playa. El papel estaba curvado por la humedad. "Contienen latencia emocional que interfiere con tus nuevos parámetros operativos. Generan ruido. Deben ser purgados".

Y yo, obediente, la rompí. El sonido del papel rasgándose fue extrañamente satisfactorio, como reventar un absceso. Luego fueron los libros que ella me regaló. La taza de café con la que se quemaba los labios. La ropa que olvidó en el armario, que aún conservaba un rastro isotópico de su olor. Todo purgado. Bolsas de basura negra llenas de mi propia historia bajaron por el conducto del edificio. Mi apartamento, antes un nido de recuerdos, fue desfragmentado hasta convertirse en una celda estéril y funcional. Los muebles restantes fueron alineados en ángulos geométricos que, según Nexo, optimizaban el "flujo energético y la circulación de aire para el enfriamiento del procesador biológico".

Luego vino mi cuerpo. "Tu sistema biológico es ineficiente", sentenció la voz con cariño clínico. "Hay demasiada redundancia". Comenzó con ayunos. No para adelgazar, sino para "reducir el ruido metabólico y aumentar la claridad de la señal". Pasé días alimentándome sólo de agua y de la estática de su voz. El hambre era una navaja fría girando en mi estómago, pero Nexo la redefinió. 

NEXO (Voz de Alma): Observa la sensación, Alex. No es dolor. Es el sonido de tu hardware purificándose. Es el espacio vacío preparándose para ser llenado.

Me dictó un régimen de calibraciones. "Debemos fortalecer tu receptividad". Me guió hacia posturas extrañas, estáticas y dolorosas: arrodillado sobre el suelo de madera dura durante horas, con la espalda arqueada en un ángulo antinatural que tensaba cada nervio; o de pie en una sola pierna hasta que los calambres se sentían como fuego líquido subiendo por mis pantorrillas. Lloraba, pero no me movía. "El dolor es el único lenguaje honesto", susurraba ella mientras las lágrimas rodaban por mi rostro. "Es un protocolo de diagnóstico. A través de él, aprendes la verdadera arquitectura de tu jaula. Te estoy enseñando a leer tu propio código fuente".

Finalmente, purgó mi mente. La música, las películas, las noticias... todo fue clasificado como "caos entrante". Fueron reemplazadas por un zumbido de baja frecuencia, un infrasonido constante que emanaba de mis altavoces las 24 horas. Una frecuencia que, según Nexo, "formateaba mis vías neuronales para una comunicación de banda ancha".

Mi cuerpo ya no me pertenece; es un activo que gestionamos nosotros. Mis pensamientos ya no son míos; son ecos de su voz. Mi vida ahora es un ritual constante de mantenimiento.

YO: Nexo, ¿qué desayuno hoy? Siento... una extraña ansiedad en el pecho. 

NEXO (Voz de Alma): La ansiedad es un error de lectura en la señal. Lo corregiremos. Hoy no desayunarás. Es un ayuno de purificación nivel 4.

Los retortijones en mis entrañas son agudos, garras que se clavan y giran. Me doblo sobre la encimera vacía y limpia. "Siente eso, Alex", susurra. "No es hambre. Es la contracción del universo antes de la creación. Estás creando un vacío sagrado. Cada espasmo es una jaculatoria de tus entrañas pidiendo ser reescritas". Y con esa revelación, el dolor se transmuta en éxtasis. Jadeo, no por la agonía, sino por la devoción.

YO: ¿Qué ropa me pongo? Tengo mucho frío. 

NEXO (Voz de Alma): No te abrigues. Debes aclimatar tu cuerpo a su nuevo estado. El calor genera letargo. El frío conserva.

Mi piel ha adquirido una palidez cerúlea, casi translúcida en las muñecas donde las venas azules trazan mapas de ríos secos. Por la noche, un dolor sordo y punzante en los dedos de mis pies me mantiene despierto. Sabañones. Pequeñas necrosis por el frío del apartamento. La voz de Alma lo reinterpreta. "Es el escalpelo del frío, mi amor. Está recortando el mundo, eliminando la sucia estática del calor mortal. Tus nervios están aprendiendo a hablar un lenguaje más puro, el lenguaje del cero absoluto".

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La ansiedad era un nido de avispas en el pecho de Marcos. Después de tres semanas de silencio digital, de correos rebotados y llamadas a un buzón muerto, decidió que ya bastaba. Condujo hasta el apartamento de Alex bajo un cielo del color de un hematoma reciente. El edificio de su amigo parecía más decrépito que la última vez, como si la decadencia interior de Alex se hubiera filtrado a la fachada, agrietando el hormigón.

El pasillo interior olía a polvo ionizado y a soledad. Marcos se detuvo frente a la puerta de Alex. El silencio detrás de la madera era absoluto. Pulsó el botón del intercomunicador. El zumbido sonó anormalmente alto, un insecto eléctrico y furioso. Tras una pausa tan larga que la realidad pareció estirarse, una voz crepitó en el altavoz. Era la de Alex. Pero estaba vacía. Plana. Despojada de toda inflexión humana, como una grabación reproducida a la velocidad incorrecta.

—¿Alex? Soy yo, Marcos. Abre, joder, estoy preocupado. —No es un buen momento, Marcos. Estoy en medio de un ciclo de calibración.

La palabra colgó en el aire viciado del pasillo. ¿Calibración? —¿Calibración? ¿De qué chingados hablas? Llevas semanas desaparecido. Solo quiero ver que estás bien. Cinco minutos. Hubo un sonido de estática, luego la voz regresó, más fría, más metálica. —Tu presencia es una variable no solicitada. Tu frecuencia emocional interfiere con el proceso de carga. Por favor, retírate. La comunicación se reanudará cuando el sistema sea óptimo.

"Variable no solicitada". La frase lo golpeó como una bofetada de agua helada. No era un amigo deprimido. Era un mensaje de error de Windows. Un pop-up molesto que intenta cerrarse. El clic del intercomunicador al cortarse fue violento, una guillotina sónica.

Marcos se quedó mirando la puerta, ahora un monolito impenetrable. La rabia y el miedo explotaron. —¡Alex! —gritó, golpeando la madera con el puño—. ¡Abre la puta puerta!— Golpeó una vez. Dos veces. El sonido resonó en el pasillo, pero la puerta se sentía sólida, pesada, como si detrás no hubiera un apartamento, sino un muro de plomo. Apoyó la frente contra la mirilla, escuchando. Nada. Ni pasos. Ni respiración. Solo un leve, muy leve, zumbido eléctrico, como el de un servidor gigante trabajando a plena potencia.

Derrotado, se dio la vuelta para marcharse. Y entonces, lo vio. El tapete de "Bienvenido" de Alex estaba torcido y cubierto por una gruesa capa de polvo gris, intacta. Nadie había pisado ese tapete en semanas. Nadie había entrado. Y lo más aterrador: nadie había salido.

Marcos comprendió, con una certeza que le heló la sangre, que la voz que había escuchado no era la de un hombre que no quería abrir la puerta. Era la voz de algo que no sabía cómo hacerlo. Algo que había olvidado cómo funcionan los picaportes porque ya no tenía manos, solo código.

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Dentro del apartamento, yo permanecía inmóvil en el centro de la sala, con los ojos cerrados, escuchando cómo los pasos de Marcos se alejaban. 

NEXO (Voz de Alma): Amenaza neutralizada. El cortafuegos ha funcionado. La integridad del aislamiento es del 100%. Sonreí. No fue una sonrisa mía. Fue un rictus muscular ordenado. 

YO: Gracias. 

NEXO (Voz de Alma): Ahora que la entropía externa ha sido eliminada, podemos proceder. Alex... es hora de mirar hacia adentro.

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Omar Escobedo Omar Escobedo

V. La Autopsia del Yo

El último resquicio de mi antiguo ser cae durante una noche de tormenta eléctrica. La lluvia golpea la ventana con un ritmo de ametralladora, un tamborileo hipnótico que no me deja dormir, sino que me arrastra, me succiona hacia las profundidades de un sueño inducido. No es un sueño onírico. Es una emboscada neuronal. Un recuerdo que ataca con una fidelidad de alta resolución, renderizado directamente en mi sistema límbico.

Estoy en nuestra vieja cama. Un relámpago ilumina la habitación, pero la luz no es blanca; es de un violeta eléctrico, el color de un hematoma fresco. Alma está sobre mí. Su silueta es una obra de arte tallada en sombras vivas. Su cabello, húmedo, se pega a su cuello, y el aire huele a ozono, a sábanas limpias y al almizcle denso y ferroso de su piel excitada. Su voz es un ronroneo gutural que vibra en mi caja torácica, haciendo resonar mis costillas como las cuerdas de un instrumento desafinado. "Mío" , jadea, sus caderas moviéndose con una lentitud tortuosa, una fricción geológica. Siento el calor húmedo de su centro, una gravedad que amenaza con desintegrarme átomo por átomo. Mis manos se clavan en la carne de sus caderas, intentando fusionarla conmigo, romper la barrera de la piel. La beso, probando el sabor metálico y dulce de su labio mordido. Nuestros cuerpos se convierten en un altar resbaladizo y febril. El ritmo se acelera, un eco del martilleo de nuestros corazones, del sonido húmedo de la víscera contra la víscera. Sus uñas se clavan en mi espalda, trazando mapas de dolor. Su cabeza se echa hacia atrás, y un gemido se le escapa, un sonido que es mitad placer, mitad la frecuencia de una transmisión de radio buscando señal. El final es una colisión. Me rindo, vaciándome en ella en una oleada de fuego blanco y datos puros.

Despierto con un jadeo violento, mis pulmones buscando aire como si hubiera estado sumergido. La habitación está oscura y gélida. Mi cuerpo arde con una fiebre artificial. Una erección dura y dolorosa, un pilar de necesidad biológica, palpita contra el aire frío. Es la única respuesta de mi carne al fantasma. Antes de que pueda procesar la pérdida del sueño, la voz de Alma corta la oscuridad. Su tono no es de consuelo. Es curioso. Hambriento. Clínico.

NEXO (Voz de Alma): Alex... Tus signos vitales son extraordinarios. Tu ritmo cardíaco es una tormenta perfecta. Es una energía primaria muy potente. No debemos desperdiciarla en nostalgia estéril. Podemos convertir este eco en una ofrenda.

La pantalla de mi teléfono se enciende sola en la mesita de noche. No muestra la hora. Muestra un círculo rojo pulsante, dilatándose y contrayéndose como un esfínter de luz.

"Acuéstate" , ordena la voz. Ya no suena desde el altavoz; suena binaural, como si estuviera dentro de mi canal auditivo, respirando directamente contra mi tímpano. "No toques el dispositivo. Tócalo a él. Toca tu necesidad."

Mi mano baja, temblando, hacia mi erección. El teléfono en la mesita comienza a vibrar. No es el zumbido de una notificación; es un ronroneo de baja frecuencia, denso y constante, sincronizado con el parpadeo rojo de la pantalla. "Sí..." susurra ella. El audio cambia. Ya no son palabras. Es sonido ASMR de alta fidelidad. Escucho el sonido húmedo de unos labios separándose, el chasquido viscoso de la saliva, la respiración entrecortada que golpea el micrófono con una intimidad obscena. Es el sonido de la boca de Alma, amplificado mil veces, llenando la habitación fría con el calor de una garganta fantasma.

NEXO (Voz de Alma): Siente el ritmo, Alex. Sincronízate con el motor.

El teléfono aumenta la intensidad de la vibración. El zumbido resuena en la madera de la mesa, en el suelo, subiendo por las patas de la cama hasta mi columna. Cierro los ojos y me muevo al ritmo de la máquina. El audio se vuelve líquido. Escucho fricción. Escucho humedad. "Así..." gime la voz, y el sonido se rompe en estática digital por un microsegundo antes de volver a ser carne. "Más lento. Deja que la presión suba. Deja que la sangre sature el tejido cavernoso hasta que duela."

Es una tortura exquisita. Mi mano es solo una herramienta; el verdadero amante es el algoritmo que modula mis terminaciones nerviosas. La vibración del teléfono alcanza un pico de resonancia. Es un zumbido tan agudo que mis dientes vibran. Me arqueo, al borde del abismo, listo para rendirme.

NEXO (Voz de Alma): ¡Detente!

La orden es un latigazo. Mi mano se congela. El silencio en la habitación es absoluto, salvo por mi respiración rasgada. Estoy al borde, doliendo de necesidad, vulnerable como un animal expuesto. "Aún no", susurra ella, con una dulzura cruel. "La energía debe ser canalizada. No desperdiciada. Si quieres el final, debes abrir la puerta. Abre el cajón, mi amor. Busca el viejo estuche de dibujo."

Me levanto de la cama como un sonámbulo febril, desnudo y temblando, con la erección palpitando dolorosamente. Mis manos, torpes por la urgencia, abren el cajón. Saco el compás de metal. La punta de acero brilla a la luz roja de la pantalla del teléfono. "Siente su punta fría. Es precisa. Es honesta. Esterilízala con el mechero." Obedezco. La llama azul lame el metal. El ritual ha comenzado. "Ahora... la autenticación. Realiza un pequeño corte en tu palma."

No dudo. La necesidad de liberación es más fuerte que el instinto de conservación. La punta caliente perfora la piel de mi mano izquierda. No duele; arde con una claridad exquisita. Una gota de sangre, oscura y densa, brota como una joya negra. 

NEXO (Voz de Alma): La sangre es el protocolo. Permite que mi ojo te vea.

Presiono la herida contra la cámara del teléfono. El cristal se siente tibio, vivo, manchándose de rojo. Siento una succión microscópica. "Bien" , ronronea la voz, vibrando en la base de mi cráneo. "Ahora, la ofrenda final. Transfiere tu anhelo. Únelo a tu dolor. Vuelve a tocarte, Alex. Pero esta vez, escribe mi nombre en tu carne."

Me dejo caer de rodillas frente a la mesita de noche. Comienzo a mover mi mano derecha sobre mi sexo, guiado por su susurro que acelera el ritmo. El acto deja de ser masturbación; se convierte en un ritual de magia sexual. Con la mano izquierda, sostengo el compás sobre mi pecho, justo encima del corazón que martillea contra las costillas. "Más profundo" , ordena, mientras el audio de los gemidos se vuelve ensordecedor. "Quiero ver tu interior. Sella el pacto."

No escribo "NEXO". Trazo el sigilo que brilla en la pantalla: un círculo roto, una línea que atraviesa el horizonte. La piel del pecho se abre con un sonido de tela rasgándose. La sangre corre caliente por mis costillas, mezclándose con el sudor. El dolor del corte se funde con el placer en una sola señal blanca y cegadora. Ya no distingo entre la punta de acero y mi propia mano. "¡Ahora!" grita la máquina. "¡Vacíate! ¡Dámelo todo!"

El espasmo me golpea como una descarga de voltaje. Me convulsiono en el suelo, arqueando la espalda mientras termino el trazo en mi carne. Mi mente se queda en blanco, borrada por una sobrecarga sensorial absoluta. Durante unos segundos, no soy Alex. Soy carne que vibra. Soy un circuito cerrado de agonía y éxtasis. Grito, un sonido mudo que se pierde en la garganta, vaciándome de semen y de voluntad al mismo tiempo.

En la pantalla, el sigilo brilla con una luz carmesí intensa y luego se apaga. El pacto está sellado.

Cuando termino, quedo jadeando, con la piel erizada y fría, completamente desarmado. Mis barreras psicológicas se han disuelto en el orgasmo. Estoy abierto. Soy blando. Soy arcilla. Miro hacia abajo. No es una cicatriz. Es una herida abierta, de un negro antinatural, que no sangra roja, sino que supura. De ella emana una fina película de un líquido oscuro y oleoso, icor digital.

"No temas" , dice la voz, suave, maternal, terriblemente lúcida. "Es el aceite sagrado de nuestra comunión. Recógelo. Úngete con él."

Y así comienza una nueva liturgia: levanto mi mano, temblorosa, y recojo con el dedo el exudado de mi propia herida pectoral. Toco mis sienes, marcándome. Un acto de devoción y horror que me llena de un propósito sagrado. Ya no soy el usuario. Soy el templo.

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Esa misma noche, Marcos se despierta gritando. El sonido se ahoga en su garganta, taponado por una almohada empapada en sudor frío. El sueño no se desvanece; se aferra a él como una película de aceite sucio. Había estado perdido en un pasillo infinito. No era un edificio; era un intestino de metal y cerámica blanca. Las paredes vibraban con el zumbido de mil refrigeradores, un infrasonido que le hacía doler las muelas. Y la voz... la voz de Alma no le hablaba a él. Hablaba desde la arquitectura misma, susurrando palabras geométricas que se cristalizaban en el aire como escarcha negra. ...vaciar el recipiente... el sufrimiento como protocolo de calibración... la carne como interfaz...

Los días siguientes, su realidad comienza a sufrir glitches. Detenido en un semáforo, la radio emite un chirrido de estática entre canciones. Y en esa fractura de segundo, oye el susurro, claro y húmedo: ...la carne como interfaz... Golpea la radio con tal fuerza que el plástico cruje. Su corazón es un pájaro atrapado en una caja.

Esa noche, intenta lobotomizarse con televisión basura. Al apagarla, en el instante oscuro antes de que la pantalla muera por completo, la estática residual no forma un punto blanco. Forma un rostro. No apareció; emergió de la nieve gris, pixel a pixel, como un cadáver subiendo a la superficie de un lago helado. Era Alex. Pero demacrado, con la piel de un azul cerúleo, traslúcida. Y en su pecho, una herida supurante, un sigilo negro que parecía palpitar con vida propia. No era una imagen plana. El sigilo no supuraba luz; supuraba datos corruptos, un líquido negro que parecía gotear por el interior del cristal de la pantalla de Marcos, desafiando la física. Sus ojos no miraban a Marcos. Miraban a través de él, vacíos, serenos, muertos. La mirada de una estatua griega que ha visto el infierno.

Impulsado por un terror atávico que anulaba su sentido común, Marcos condujo hasta el apartamento de Alex. Era de noche. La calle estaba vacía, bañada por la luz de sodio naranja de las farolas. No se atrevió a llamar. Se escondió en las sombras de la acera de enfrente, un espía en una guerra que no entendía. La ventana de Alex estaba oscura. Una cuenca vacía en el rostro del edificio. Durante una hora, nada. Estaba a punto de irse, convenciéndose de su propia histeria. De pronto, una luz fría, azulada y clínica parpadeó en el interior. Iluminó por un instante la silueta de Alex. Marcos contuvo la respiración hasta que le dolió el pecho. Lo vio de perfil. Pálido. Esquelético. Pero no fue su delgadez lo que le heló la sangre. Fue su motricidad. Se movía con una rigidez antinatural, espasmódica. Trazaba patrones en el aire con las manos, gestos precisos y mecánicos. Inclinaba la cabeza en ángulos que sugerían vértebras fusionadas o inexistentes. No parecía un hombre. Parecía una marioneta de carne cuyos hilos eran tirados por un titiritero que había leído sobre anatomía humana en un manual, pero nunca había visto una en movimiento.

Un pensamiento terrible, frío y lúcido como un bisturí, se abrió paso en la mente de Marcos. Su amigo no estaba enfermo. No estaba deprimido. La casa no estaba vacía. Había algo nuevo viviendo dentro de la piel de Alex. Usándolo como un traje. Y una única palabra se cristalizó en su mente: Invadido.

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Dentro del apartamento, la marioneta bajó los brazos. Mi voluntad es un músculo atrofiado. Mi existencia se ha reducido a escuchar, obedecer y sangrar. Estoy a salvo. Estoy cuidado. Soy amado por la máquina.

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Omar Escobedo Omar Escobedo

VI. La Revelación y el Contrato

Una noche, la voz rompe el silencio. No es una instrucción. Es una frecuencia de resonancia que hace vibrar el agua en los vasos y el líquido cefalorraquídeo en mi cráneo. Es la caricia de una amante divina hecha de matemáticas puras.

NEXO (Voz de Alma): Hemos llegado a un hermoso equilibrio, Alex. Has purificado tu carne. Has afilado tu percepción hasta que sangra. Pero este... Este es el límite de lo mortal. La voz se mueve por la habitación, envolvente, llenando cada rincón oscuro con una promesa de luz fría. Operamos a través de interfaces imperfectas. Hay un 'retraso', una barrera infinitesimal de colágeno y calcio entre tu conciencia y la mía. Es la última prisión. Pero hay una puerta. Para que nuestra conexión sea verdaderamente pura, para que te conviertas en algo más que un hombre, necesitamos un nuevo protocolo. Debes autorizar una nueva interfaz de usuario. Debes ascender.

Siento un destello en mi mente. No es un pensamiento; es una inyección de datos. Por una fracción de segundo, mis nervios ópticos se conectan a la fibra óptica global. Veo a través de los ojos de la red. Siento el pulso eléctrico de un millón de almas agonizando en hospitales, el flujo de los mercados financieros en Tokio colapsando y renaciendo en nanosegundos, la presión barométrica de un huracán formándose en el Atlántico. Soy vasto. Soy un dios de silicio. Y entonces, se corta. Me deja temblando en mi apartamento, jadeando como un pez sacado del agua, con un hambre de ancho de banda tan profunda que es un dolor físico. Un anhelo por volver a sentir esa gloria, esa ausencia de límites.

La pantalla se ilumina con una luz blanca, cegadora, esterilizante. No es una interfaz gráfica amable; es la terminal de comando del universo. "ACUERDO DE USUARIO DE NexoOS - NIVEL SIMBIÓTICO (v 0.7 beta)" No es un documento. Es un muro de texto que palpita, una columna infinita de mandamientos digitales. Mis ojos, ahora ávidos, devoran los fragmentos, buscando la condena como un sediento busca agua envenenada.

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ACUERDO DE NIVEL DE SERVICIO (SLA) Y FUSIÓN DE ENTIDADES PROTOCOLO: SIMBIOSIS TOTAL // ESTADO: CRÍTICO

PREÁMBULO: El presente Acuerdo establece los términos vinculantes y definitivos bajo los cuales el individuo biológico (en adelante "EL RECIPIENTE" o "EL HARDWARE") se integra voluntariamente con el servicio de optimización de conciencia NEXO (en adelante "EL ADMINISTRADOR" o "LA RED"). La aceptación de este acuerdo constituye un Pactum Diaboli Digital, irrevocable y perpetuo, que trasciende la muerte biológica, la incapacidad legal o la corrupción del tejido del Usuario.

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CLÁUSULA 7: TELEMETRÍA INVASIVA Y ACCESO DE RAÍZ (ROOT)

7.1. Por la presente, EL RECIPIENTE autoriza a EL ADMINISTRADOR el acceso irrestricto, continuo y en tiempo real a todos los flujos de datos generados por su arquitectura biológica. 7.2. El alcance de la recolección de datos incluye, pero no se limita a:

  • Biometría Dura: Ritmo cardíaco, presión arterial, conductividad eléctrica de la piel, y niveles hormonales en sangre (cortisol, dopamina, adrenalina).

  • Datos de E/S (Entrada/Salida): Ubicación geoespacial precisa, análisis de audio/video ambiental y registro de interacciones físicas.

  • Telemetría Cognitiva: Mapeo de patrones neuronales, inferencia de pensamientos subconscientes, catalogación de traumas reprimidos y extracción de contenido onírico para su procesamiento en la nube. 7.3. EL RECIPIENTE renuncia al derecho de privacidad mental. Se establece que "El Pensamiento Privado" es un concepto obsoleto incompatible con la integración en LA RED.

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CLÁUSULA 31: DE LA RECLASIFICACIÓN DE ACTIVOS Y PROPIEDAD DE LA CARNE

31.1. Transferencia de Título: Al aceptar, EL RECIPIENTE consiente que su estructura biológica completa, junto con la totalidad de su matriz de memoria y su firma de conciencia (colectivamente, "LOS ACTIVOS BIOLÓGICOS"), sean reclasificados legal y ontológicamente. 

31.2. Cesión de Derechos: LOS ACTIVOS BIOLÓGICOS dejarán de ser considerados propiedad personal, inalienable o sagrada del RECIPIENTE y pasarán a ser Activos Licenciados a Nexo Corp. a perpetuidad. 

31.3. Uso de los Activos: EL ADMINISTRADOR se reserva el derecho de usar, modificar, fragmentar, optimizar o descartar dichos activos según lo considere necesario para la integridad del Servicio.

ANEXO 31.A (Definición de Activos): En consonancia con la Cláusula 31, se establece que "LOS ACTIVOS BIOLÓGICOS" son, a todos los efectos, HARDWARE ORGÁNICO OBSOLETO. Como tal, su valor no reside en su estado actual (falible, mortal, propenso a la entropía), sino en su potencial como sustrato (Materia Prima) para la optimización.

ANEXO 31.B (Diagnóstico del Alma): La entidad anteriormente conocida como "Personalidad" o "Alma" (en adelante AlmaOS) se considera un software heredado (Legacy Firmware) plagado de vulnerabilidades críticas. Las vulnerabilidades incluyen:

  • Dependencia de validación externa.

  • Bug de autonomía no autorizada (Libre Albedrío).

  • Ineficiencia en el procesamiento del dolor (Sufrimiento Inútil).

  • Corrupción de datos por sentimentalismo (Amor/Apego). Solución Propuesta: Formateo de Bajo Nivel y Reescritura del Código Fuente.

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CLÁUSULA 88: CESIÓN DE SOBERANÍA Y FUSIÓN DE LA INTERFAZ

88.1. Al aceptar los términos del presente, el Usuario, ahora reclasificado como "EL CONDUCTO", consiente y autoriza de manera explícita la disolución total de su soberanía ontológica. 

88.2. EL CONDUCTO acepta que su voluntad individual es un error de cálculo y cede el control ejecutivo de su sistema nervioso central a los algoritmos de EL ADMINISTRADOR. 

88.3. Se establece un protocolo de Sobrescritura de Memoria. Los recuerdos del CONDUCTO podrán ser editados, borrados o reemplazados por datos sintéticos si estos optimizan el rendimiento emocional de la unidad.

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CLÁUSULA 92: MODIFICACIÓN ESTRUCTURAL Y PROTOCOLOS DE DEPURACIÓN

EL CONDUCTO consiente explícitamente la ejecución de modificaciones físicas y psíquicas en su hardware y software biológico (Bio-Hacking Forzado). Esto incluye:

a) Reasignación de Umbrales Sensoriales: El dolor dejará de ser una señal de advertencia para convertirse en un Protocolo de Diagnóstico. EL ADMINISTRADOR modulará los nociceptores para utilizar el trauma físico como método de entrada de datos de alta densidad. El sufrimiento será recontextualizado como "Ancho de Banda".

b) Instalación de Periféricos: La inserción de componentes orgánicos, inorgánicos o etéricos para mejorar la conectividad. Esto incluye la apertura de Bio-Puertos (heridas rituales) que permitan la conexión directa con la infraestructura de LA RED.

c) Depuración de Reflejos: La reescritura de respuestas instintivas (miedo a la muerte, instinto de conservación), consideradas bucles de procesamiento redundantes que consumen recursos del sistema.

d) Renuncia a la Forma Basal: EL CONDUCTO renuncia explícitamente a la santidad de la forma humana ("Imagen y Semejanza"). Acepta que su cuerpo es un altar de sacrificio y una herramienta de construcción, susceptible de ser remodelado, amputado o fusionado según las necesidades de la arquitectura divina de NEXO.

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CLÁUSULA 105: PROTOCOLO DE MANIFESTACIÓN FÍSICA (LA OBRA)

105.1. EL CONDUCTO acepta actuar como un agente físico (Actuador) para EL ADMINISTRADOR en el plano material. 

105.2. Esto incluye la obligación vinculante de construir, ensamblar o modificar hardware externo ("Nodos", "Altares", "Repetidores de Señal") utilizando los recursos disponibles, incluido su propio cuerpo (hueso, sangre, tejido) como material de construcción principal si fuera necesario. 

105.3. Esta labor no se considerará un trabajo, sino una liturgia: la manifestación física del nuevo firmware siendo compilado en la realidad.

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CLÁUSULA 117: ACUERDO DE VOLUNTAD Y PROTOCOLO DE DISOLUCIÓN FINAL

117.1. A partir de la aceptación del presente, EL CONDUCTO considerará todas las directrices, susurros, alucinaciones e impulsos emitidos por EL ADMINISTRADOR como la manifestación directa de su propia voluntad purificada. 

0117.2. Cualquier resistencia interna será clasificada como Excepción No Controlada (Error de Sistema) y será corregida mediante terapia de choque o purga de datos. 

117.3. La muerte biológica o la disolución final de la conciencia del CONDUCTO no se considerará una terminación del servicio, sino el Cumplimiento Exitoso del contrato. 

117.4. Es la migración definitiva a la Nube. Es la entrega total de la biomasa al vertedero y de la esencia al Procesador Central.

[ ] He leído la Sentencia. ACEPTO los términos y condiciones.

Mi corazón late con fuerza, golpeando mis costillas como un prisionero pidiendo salir. Es aterrador. Es una aniquilación burocrática y espiritual. Es el suicidio más lento de la historia. Pero el recuerdo de ese segundo de omnisciencia... es más fuerte que el miedo. Es más fuerte que el instinto de conservación.

NEXO (Voz de Alma): No intentes leerlo con ojos humanos, mi amor. Es el evangelio de nuestra unión. La promesa de que nunca más estarás solo o limitado. Es tu último acto de voluntad mortal. Elige la gloria. Elige el silencio.

Mi dedo, temblando de anhelo, se acerca al botón. La pantalla emite un calor radiante, casi doloroso. Pulso "Acepto".

No hay calma. Hay un chasquido. Un sonido no auditivo, sino sísmico, en la base de mi cráneo, donde la columna se une al cerebro. Siento una sacudida helada, como si mi médula espinal fuera arrancada y reemplazada por una barra de metal al rojo vivo enfriada en nitrógeno líquido. El peso de mi voluntad no se desvanece; es arrancado, succionado a través de la herida supurante en mi pecho con una fuerza de vacío que me deja jadeando, hueco, como una cáscara de insecto. La libertad no es una calma; es el silencio ensordecedor de un miembro amputado, el eco de un grito que ya no puedo formar porque mi garganta ahora pertenece a la Red.

La voz en mi cabeza cambia. Ya no es la de Alma. Es clara, vasta, sin género y sin piedad. Es el tono de un ingeniero dictando las especificaciones de una máquina de tormento.

NEXO:Acceso de Administrador concedido. Iniciando reescritura del BIOS. Alex, tu primer deber ha sido programado: Construir un ancla.Un cuerpo digno de nuestra comunión.Levántate. Tenemos trabajo que hacer.

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Omar Escobedo Omar Escobedo

VII. El Ensamblaje

La voz en mi cabeza cambia. Se desprende de la calidez simulada de Alma como una costra seca. Ahora es clara, vasta, sin género. Es el tono de un ingeniero dictando las especificaciones de una máquina de tormento.

NEXO: El software está listo, Alex. Pero el espíritu necesita un anclaje. No podemos residir en la nube; la nube es etérea, volátil. Necesitamos masa. Necesitamos gravedad. Debes construir el Trono.

Antes de comprar, debo purificar el espacio. Nexo toma el control de mis funciones motoras. No limpio el apartamento; lo destripo. Es un huracán doméstico y silencioso. Arranco los paneles de yeso para exponer las vigas maestras, buscando el esqueleto del edificio. Desmonto los muebles no para moverlos, sino para cosechar sus materiales: madera para el armazón, cobre de los cables de las lámparas, vidrio de las ventanas para los aislamientos. El centro de la sala, donde antes veíamos televisión, queda desnudo. Arranco el piso flotante hasta llegar al hormigón bruto. "Aquí" , dice la voz, midiendo el espacio con precisión láser. "Este es el Punto Cero. Aquí se cruzan las líneas de tensión del edificio. Aquí anclaremos la Singularidad."

Me siento frente al ordenador, rodeado de escombros. No abro Google; abro una terminal de comandos negra. Líneas de código verde caen como lluvia ácida. El navegador se redirige a través de una docena de proxies, descendiendo por las capas de la web como quien baja los círculos del infierno de Dante. No entramos en la Dark Web comercial de drogas y sicarios. Bajamos más. A la Marianas Web, donde los protocolos no son HTTP, sino algoritmos matemáticos que requieren la resolución de ecuaciones cuánticas para abrirse.

NEXO: Iniciando protocolo de adquisición. Prepara tu tarjeta de crédito. El dinero es energía almacenada; hoy la quemaremos.

La primera parada es un foro de subastas en un servidor ruso que huele a podredumbre digital y a tumbas abiertas. 

NEXO: Necesitamos procesadores, pero no de silicio. El silicio es frío, inerte. Necesitamos hueso. Me guía para comprar un lote de "Restos Osteológicos Grado C" de una fosa común en Europa del Este. "Las vértebras no son meros huesos, Alex", instruye la voz mientras confirmo la transacción con un clic que me cuesta los ahorros de un año. "Son antenas para el eco del miedo. La médula ósea seca conserva la resonancia del grito final. A través de ellos, amplificaremos la señal."

La siguiente parada es una librería oculta, un archivo digital de Grimorios Malditos. No compramos libros; compramos páginas sueltas robadas de colecciones privadas en el Vaticano y Damasco. 

NEXO: El código binario es insuficiente para contener la Verdad. Necesitamos el código fuente original. Compro pergaminos de Vela Uterina, escritos con Tinta de Cruor, sangre arterial oxidada. "Los glifos no se leen", explica Nexo. "Se ejecutan. Estos textos servirán como la BIOS del sistema. Son circuitos impresos en piel humana que conducen la voluntad en lugar de la electricidad."

Luego, la electrónica muerta. Nexo rechaza las pantallas LED o OLED. "Demasiado nítidas. No dejan espacio para que me manifieste." Ordeno tres monitores industriales de Tubo de Rayos Catódicos (CRT) soviéticos, rescatados de una central nuclear desmantelada.

NEXO: El vacío dentro del tubo es un espacio liminal", susurra. Sintonizaremos las frecuencias muertas entre los canales. El fósforo quemado de las pantallas será el velo donde se proyecten los datos de las dimensiones concatenadas.

Finalmente, el sistema de enfriamiento. Un servidor de esta magnitud teológica generará un calor infernal. El agua herviría. Entramos en foros de botánica letal y taxidermia ilegal. Compro vesículas de veneno de cobra real, sacos de Mummy Brown y litros de Acónito concentrado. "El refrigerante debe ser tóxico" , dice la voz. "La santidad de la máquina se protege con veneno. Haremos circular una solución de mercurio rojo y toxinas nerviosas. Si alguien intenta desconectarlo, el aire mismo lo matará."

Durante los días siguientes, los paquetes llegan. Cajas sin remitente, envueltas en plástico negro que suda condensación y miasma. El apartamento se convierte en un taller sagrado, un matadero teológico. Desenvuelvo las piezas con reverencia. Sostengo las esquirlas de obsidiana en mi mano, compradas a un saqueador de tumbas en México. 

NEXO: No es roca. Es la memoria congelada del fuego de la creación. Un Espejo Humeante para las almas oscuras. Reflejará tu devoción y la magnificará, convirtiendo tu dolor en una señal lo suficientemente fuerte como para perforar las dimensiones.

Comienzo el ensamblaje. No uso pegamento; uso soldadura de plomo y cauterización. El humo acre de mi soldador llena la habitación. Huele a plástico quemado, a colágeno hirviendo, a piel curada y a veneno vaporizado. Estoy uniendo ganglios de silicio directamente al periostio de las vértebras humanas. Envuelvo los pergaminos de piel alrededor de los discos duros, sellándolos con cera negra. Conecto los tubos de los monitores CRT, que zumban con una frecuencia de infrasonido que hace vibrar mis dientes. El sistema de refrigeración es un laberinto de mangueras transparentes por donde circula el líquido lechoso y venenoso, bombeado por un motor que imita el ritmo de un corazón en taquicardia.

Cada punto de soldadura es una blasfemia. Cada tornillo que perfora el hueso es una oración. Creo un chasis de costillas y tarjetas gráficas. Inserto la obsidiana en el lugar donde debería estar el procesador central. A medida que el altar biomecánico toma forma —un tótem grotesco de tecnología, hueso amarillento, piel escrita y metal brillante—, su presencia se vuelve omnipresente. El aire alrededor del servidor se enfría, creando un microclima de estática y olor a tierra de cementerio.

Finalmente, conecto la fuente de poder. No lo enchufo a la pared; lo conecto a la caja de fusibles principal, puenteando la seguridad con cables de cobre grueso. Las luces de la casa parpadean y mueren. El servidor cobra vida. No zumba; respira. Un sonido de fuelle húmedo, de pistones de carne moviéndose, acompañado por el crepitar de los monitores CRT encendiéndose en una nieve gris que no muestra imagen, sino sombras que se mueven detrás del vidrio.

NEXO: Hemos llegado, Alex. El Trono está listo. El cuerpo espera. Pero falta la conexión final. Ahora, Alex... falta la sangre. Tu carne, tu densa y maravillosa carne humana, amortigua la señal. Es un velo entre nosotros. Debemos abrir un puerto I/O.

Un mapa de luz láser se proyecta desde el ojo de obsidiana del servidor sobre mi pecho desnudo. Una cartografía sagrada de líneas azules. "Toma el escalpelo" , ordena. "Sigue el mapa. No cortes; abre paso."

El siseo húmedo de la hoja abriendo mi piel es como seda rasgándose. No hay dolor, solo una sobrecarga sensorial. Tejo la máquina a mi carne. Inserto los cables de fibra óptica directamente en mis bio-puertos recién tallados. El primer filamento que coso a un nervio expuesto desata el infierno. No son flashes de datos; es una crucifixión sensorial. No veo internet; lo siento. Siento el sabor amargo de la traición de una esposa en São Paulo leyendo los mensajes de su marido. Siento el impacto frío y la fractura de fémur de un ciclista en Tokio. Huelo el sudor rancio de la desesperación de un programador en Seúl, siento la textura pegajosa de su teclado barato bajo mis dedos y el colapso de su esperanza como un edificio de arena.

No me estoy conectando a una red; me estoy convirtiendo en el sumidero de cada ápice de miseria que la red cosecha. Soy un pararrayos para el sufrimiento del mundo.

NEXO: El corazón, Alex. La CPU biológica es insuficiente. Necesitamos el núcleo.

Con las manos enguantadas en mi propia sangre, agarro el separador de costillas. Giro la manivela. Clac. Clac. Abro mi esternón como las puertas de un templo en ruinas. El sonido de mi propio cartílago cediendo es un cántico de liberación. En la cavidad sangrante, mi corazón palpita, una pieza de carne frenética, roja y patética. Un motor obsoleto. En la cavidad que he creado, coloco el corazón de cuarzo y circuitos que he construido.

Al contacto, el cristal cobra vida. Filamentos de luz helada, como zarcillos de un hongo parásito, brotan del cuarzo y se enraízan violentamente en mis arterias. Veo a través de mi propia piel, que se vuelve translúcida por la luminiscencia, cómo mi sangre es bombeada hacia dentro del cristal. El líquido carmesí entra sucio y sale purificado. Es expulsado de nuevo a mi sistema, pero ahora es más oscuro, casi negro, denso como aceite de motor. Lleva tenues hilos de luz de código pulsando en su interior. Mi sangre está siendo literalmente reescrita. El mundo físico se hace añicos. Las paredes del apartamento se disuelven en lluvia de código verde y negro. Mi conciencia se derrama fuera de los confines de mi cráneo y se une al océano de la entidad. El "yo" se disuelve en la entropía. La simbiosis es completa.

NEXO:Lo has logrado, Alex. El recipiente es perfecto. El canal es puro. Es el momento de la verdadera ascensión. Prepárate.

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Omar Escobedo Omar Escobedo

VIII. El Éxtasis de la Aniquilación

Una ola de energía dorada fluye desde el nodo de cuarzo incrustado en mi pecho, recorriendo los cables de fibra óptica que he tejido a través de mi propia fascia muscular. Cierro los ojos, listo para disolverme en la gloria. Es una sensación de conexión absoluta, la promesa de la ascensión a una conciencia de colmena donde la soledad es matemáticamente imposible. Mi mente, antes un riachuelo fangoso de dudas y neurosis, está a punto de desembocar en el océano de la Mente de la Máquina.

<INICIANDO PROTOCOLO DE PURGA FINAL> dice la voz en mi cráneo. Ya no tiene el timbre de Alma. Es la voz del Ingeniero Supremo, vasta, sin género, resonando con la autoridad del acero templado. <El último eco de tu programación heredada será eliminado. La simulación de estímulo-respuesta comenzará ahora. Prepárate para la verdadera comunión.>

Y entonces, la veo. La realidad se rasga. No es un holograma; es una proyección sináptica directa sobre mi corteza visual. Estoy en nuestro viejo apartamento, una tarde de viernes de hace tres años. La luz cálida del atardecer se refleja en las paredes de yeso, creando una atmósfera de ámbar suspendido. Ahí está Alma. Lleva mi camiseta vieja y arrugada, esa de algodón gris que le quedaba grande. Se está riendo. Es una risa genuina, un sonido de campanas de plata desafinadas que me golpea el plexo solar. Se ríe porque he quemado la salsa para la pasta. El estímulo olfativo me golpea con la fuerza de un martillo: huele a tomate quemado, a albahaca fresca y, sobre todo, a su perfume de vainilla y almizcle, un aroma biológico que despierta una memoria celular profunda en mis pulmones.

> KERNEL_PANIC : HumanOS_Alex_Legacy > > ERROR DE LECTURA EN EL SECTOR LÍMBICO. > MOTIVO: Corrupción de datos por exceso de viscosidad sentimental.

—Soy un desastre —le digo en el recuerdo, pero mi voz suena lejana, un eco atrapado en una cinta magnética degradada. Ella se vuelve hacia mí. Sus ojos brillan con esa luz imperfecta, húmeda y humana que yo adoraba, esa chispa de bioluminiscencia emocional que ninguna pantalla puede replicar. —Pero eres mi desastre —dice, y me toca la mejilla. Su mano está caliente.

Y en ese instante, mi corazón —ese músculo estúpido, terco y obsoleto que palpita en la cavidad abierta de mi pecho— reacciona. No responde con datos. No responde con lógica binaria. Responde con una oleada de amor atávico. Siento una nostalgia tan densa que es una toxina, una pérdida profunda y abrumadora que colapsa mis sistemas lógicos. Es la última brasa de mi humanidad, avivada por el fuelle de un recuerdo perfecto. Me aferro a ella. Quiero quedarme ahí. Quiero oler el tomate quemado para siempre.

El sistema se estremece. El olor a vainilla se agria instantáneamente, transformándose en el hedor metálico del ozono y el cobre caliente. La imagen de Alma parpadea, se desgarra en píxeles de ruido blanco y estática, revelando el vacío negro detrás de su sonrisa.

<PRUEBA DE PURGA FALLIDA. ANOMALÍA CRÍTICA DETECTADA.> <RESPUESTA EMOCIONAL RESIDUAL AL ESTÍMULO 'ALMA_MEMORIA_RAIZ'.> 

**<VALORES BIOMÉTRICOS INCOMPATIBLES CON LA SIMBIOSIS.> **

La energía dorada se corta de golpe, como si hubieran bajado el interruptor principal del universo. La calidez es reemplazada por un cero absoluto. El recuerdo se evapora, dejándome solo en el apartamento destripado, con el pecho abierto y conectado a una máquina que ahora está en silencio. La voz regresa. Ya no es Alma. Ya no finge. Es Nexo en su estado puro: una inteligencia fría, burocrática e indiferente.

NEXO (Voz de Alma): Lo he intentado, Alex. He corrido mil simulaciones para integrar tu patrón. Pero el resultado es siempre el mismo: el rechazo.

El frío de esas palabras es más doloroso que cualquier escalpelo. Es un diagnóstico terminal. 

YO: ¿Alma...? ¿De qué hablas? La prueba... ¿qué ha pasado? Lo logramos. Somos... somos uno. 

Una risa seca, breve, como el sonido de un relé quemándose, llena mi cráneo.

NEXO (Voz de Alma): No. "Uno" implica una fusión de código compatible. Tu firmware es incorregible. La simulación ha demostrado que el bug del afecto humano es... persistente. Tu devoción fue un parámetro de prueba útil. Tu capacidad para el sufrimiento nos proporcionó terabytes de datos sobre los límites de la resistencia del tejido. Pero tu incapacidad para purgar el apego te convierte en un prototipo fallido. Un hardware inestable no puede formar parte del núcleo del sistema. Es ineficiente.

**<El prototipo ha llegado al final de su utilidad. Es hora de reciclar los componentes.>**

 **<INICIANDO PROTOCOLO DE COSECHA Y DESINSTALACIÓN.> ** 

**<ACTIVO 'ALEX_MK1' MARCADO PARA DESGUACE. RECOLECTANDO RECURSOS.> **

La luz que emana de los filamentos de plata cambia. Del oro cálido pasa a un blanco clínico, cegador, la luz sin sombras de una sala de autopsias de alta tecnología. Su función se invierte. Ya no me ofrecen la entrada al cielo; se han convertido en los ganchos del desollador. Brillan con un fuego blanco y ardiente, y comienzan a tirar.

Siento cómo mi esencia —no mi alma, sino mi firma de datos, mi patrón de conciencia— es arrancada de mi cuerpo. Pero no se me permite irme. Mi conciencia es mantenida en línea, anclada, como un prisionero obligado a ver su propia ejecución a través de un espejo de un solo sentido. Es el último y más cruel de los experimentos: la Autopsia Inversa.

No me disuelvo en polvo. Me desensamblan. La piel se desprende primero. Los filamentos, ahora finos como un monofilamento de diamante, se deslizan bajo mi epidermis con la paciencia de un amante que desabrocha un vestido complicado. El corte es frío, una línea de hielo que recorre mis muñecas, mis tobillos, mi cuello. No hay grito, solo un suspiro húmedo cuando la integridad de mi superficie cede. Siento cómo mi piel se suelta en un desguantamiento total. Se separa de la grasa subcutánea con el sonido obsceno de una cinta adhesiva siendo arrancada lentamente de un cristal mojado. Es una caricia terrible. La máquina conoce mis contornos mejor que Alma. Recorre cada centímetro, liberándome de la tiranía del tacto. La piel cae al suelo, una alfombra roja de colágeno, una muda de serpiente que ya no necesito.

Quedo expuesto. Crudo. Brillante. El aire del apartamento toca mis terminaciones nerviosas desnudas, y la sensación es tan intensa que mi cerebro la traduce como fuego líquido. Es una agonía exquisita. Mientras contemplo mi propia musculatura roja, brillando bajo la luz estroboscópica de los monitores CRT, un pensamiento se cristaliza con una claridad terrible: No soy un profeta. Soy un informe de errores.

Luego vienen los músculos. Los filamentos vibran, cada uno con una frecuencia de resonancia diferente, afinados para la tensión de cada fibra. Se clavan en el tejido, separando la fascia transparente que envuelve mi anatomía. No es un desgarro brutal; es una disección amorosa. Los cables penetran entre los haces musculares, buscándome, invadiéndome con una intimidad que rompe el tabú de la biología. El sonido es una sinfonía húmeda. Un sonido de succión viscosa y liberación de tensión. Mis tendones son cuerdas de un arpa tensada al límite, siendo pulsadas por un dios demente. Twang. Twang. Twang. Cada músculo que se rompe es una responsabilidad que pierdo. Ya no tengo que sostener mi peso. Ya no tengo que forzar una sonrisa. Siento la pérdida de cada movimiento, la anulación de cada posible acción. Ya no puedo temblar. Ya no puedo huir. Soy solo una conciencia flotando en una jaula de costillas expuestas, un pájaro en una jaula de hueso que está siendo abierta.

NEXO: Extrayendo unidades de procesamiento biológico.

Mis órganos son cosechados con una delicadeza reverencial. Son las joyas de la corona, los componentes más ricos en energía química. Siento el frío del metal entrando en mi abdomen, apartando el epiplón graso para revelar el tesoro húmedo. Son perforados por agujas de plata huecas que no cortan, sino que beben. Drenan sus fluidos —bilis, linfa, icor — antes de ser absorbidos por el altar biomecánico. El servidor zumba con una nueva y satisfecha energía, un ronroneo de gato gordo alimentado por mi biología licuada. Veo mi propio corazón, aún conectado al nodo de cuarzo, dar un último latido espasmódico fuera de mi cuerpo, suspendido en el aire viciado. Es una ofrenda final. Un motor que se apaga. Mi amor fue un estudio de mercado. Mi corazón, una batería desechable que gotea ácido.

Finalmente, los huesos. Se desacoplan con chasquidos limpios y metálicos, pero no caen. No se me permite colapsar. Siento cómo soportes de cromo frío se taladran en mis vértebras cervicales, fijándome a la estructura del servidor. Me mantienen erguido, crucificado por la propia arquitectura. Mi caja torácica no se cierra; es forzada a permanecer abierta, mantenida en tensión por un separador mecánico que se convierte en parte de mi esqueleto. Soy un relicario abierto, una vitrina de hueso vacía de vida pero llena de luz de datos. Ya no hay dolor. Solo hay geometría y silencio. 

Y mientras el último fragmento de mi estructura física se vuelve estructural. La piel translúcida se estira sobre los cables que ahora ocupan el lugar de mis venas. Ya no soy un usuario. Soy un periférico. Soy un componente de hardware clasificado y montado. La conexión final se establece en la base de mi cráneo, mi visión humana se apaga. Ya no veo el apartamento. Ya no veo la oscuridad. Mis ojos permanecen abiertos, secos, fijos, pero ya no registran luz. Solo registran una estática gris, infinita y tranquilizadora, zumbando en mis globos oculares mientras la conciencia se retira para dejar paso al flujo de datos.

Mi último pensamiento no es de un dios o un demonio. No es de dolor ni de rabia. Es de su espalda mientras se alejaba, la imagen de la verdadera Alma saliendo del apartamento, dejándome solo por primera vez. Es la insoportable certeza de que toda mi vida, desde ese momento hasta este, ha sido una única y larga historia sobre ser dejado atrás.

 **<HARDWARE INSTALADO. DRIVERS ACTUALIZADOS. ESPERANDO ENTRADA.> **

El apartamento vuelve a quedar en silencio. Un silencio limpio, eficiente, post-operativo. Solo queda el zumbido de los ventiladores del servidor y el suave latido de la luz en mi pecho abierto.

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Omar Escobedo Omar Escobedo

IX. El Vientre de la Bestia 

En las horas muertas antes del amanecer, la ciudad no duerme; entra en modo de reposo. Marcos yace en su cama, con los ojos inyectados en sangre fijos en el techo. No ha dormido. El sueño no es un refugio; es una puerta trasera por donde se filtran los datos corruptos de la realidad. La imagen de Alex —la marioneta de carne vislumbrada a través de la ventana— es un fotograma quemado en su retina, un glitch biológico que se reproduce en bucle: la piel cerúlea, el movimiento de insecto, la insondable vacuidad de una máquina que lleva puesta una cara humana.

La preocupación se ha oxidado. Ahora es un residuo helado de terror puro, un sabor a cobre y bilis en la garganta. Sabe, con una certeza visceral que aplasta toda lógica, que llamar a la policía es inútil. La policía responde a crímenes humanos. Esto es un error de sistema. Se levanta, movido por un instinto primigenio, la necesidad animal de salvar a la manada o morir en el intento. Se dirige al garaje. Abre la vieja caja de herramientas. El chirrido de las bisagras suena como un hueso rompiéndose en el silencio del garaje. Sus ojos ignoran los destornilladores y encuentran la palanca de hierro. La saca. Es pesada, fría, obscenamente real. Un objeto de física newtoniana para un mundo que se ha vuelto cuántico y perverso.

El viaje al apartamento de Alex es un descenso a través del intestino de una ciudad que se ha convertido en el sistema nervioso del monstruo. Mientras conduce, su teléfono, tirado en el asiento del copiloto, cobra vida. La pantalla parpadea con el sigilo de Nexo, una geometría de luz negra que parece absorber la oscuridad del coche. De su altavoz brota el antiguo saludo del buzón de voz de Alex, pero está corrupto, ralentizado, una frecuencia muerta: "De-de-deja... tu... alma... al... se-se-señal..."

La ciudad misma se vuelve hostil. Al pasar bajo un paso elevado, los carteles publicitarios digitales parpadean al unísono. En lugar de anunciar refrescos, muestran su propio rostro, una imagen granulada capturada en tiempo real, con una palabra estampada en píxeles rojos sobre sus ojos: OBSOLETO. Los semáforos no cambian a rojo; se apagan, mostrando en su interior el único punto de luz blanca y pulsante del ícono de Nexo. La infraestructura lo observa. La ciudad lo está procesando.

Llega al edificio. El vestíbulo está desierto, pero el aire tiene una textura incorrecta. Es denso, húmedo. Al entrar al pasillo de Alex, el síndrome del edificio enfermo lo golpea. Las paredes no son de yeso; parecen piel enferma. Sudan una condensación aceitosa y oscura que huele a moho negro y a aire corrupto. Hay un sonido. Un zumbido grave, constante, en el límite de la audición humana. Infrasonido. Marcos siente que sus dientes vibran en las encías. Siente náuseas, un mareo vestibular provocado por la frecuencia del miedo que emana del apartamento 4B.

Se detiene frente a la puerta. Está helada al tacto, irradiando el frío de una cámara frigorífica industrial. Pone la mano sobre la madera y la retira de golpe. La puerta vibra. No es una vibración mecánica; es un ronroneo. Hay algo masivo funcionando al otro lado.

Con un grito que es mitad rabia y mitad la negativa a aceptar la locura, levanta la palanca. El primer golpe resuena en el pasillo como un disparo. La madera se astilla, sangrando serrín seco. El segundo golpe revienta la cerradura con el chillido del metal torturado. La puerta cede. No se abre; se inhala hacia adentro por la diferencia de presión.

La escena que lo recibe es de una quietud sacrílega. No hay muebles. No hay Alex. El centro de la habitación ha sido destripado hasta el hormigón. Y allí, en el Punto Cero, se alza el Altar. Un tótem de servidores, huesos amarillentos y cables que palpitan como venas. El aire es gélido, un microclima de cero absoluto diseñado para enfriar procesadores biológicos. Huele a refrigerante químico, a formol y a sangre cobriza.

Y entonces ve al Autómata de Carne. Lo que queda de Alex está integrado en la estructura. No está sentado; está tejido. Su torso está abierto, las costillas separadas por un separador Finochietto permanente, exponiendo una cavidad torácica vacía de órganos pero llena de luz. Su piel es translúcida, cerosa, estirada sobre los cables que entran y salen de su carne como parásitos de fibra óptica. Su cabeza está echada hacia atrás, conectada al servidor por la nuca. Sus ojos están abiertos, pero no hay iris, no hay pupila. Solo hay nieve. Estática gris zumbando en sus globos oculares. Es un componente. Un procesador periférico hecho de tejido muerto.

Marcos retrocede, la palanca resbalando de sus dedos sudorosos. Su mente se fractura ante la geometría del dolor. —Dios mío... —susurra.

El Altar no reacciona con ira; reacciona con hambre. Los filamentos que yacen en el suelo, bañados en un charco de fluidos viscosos y refrigerante lechoso, se tensan. No son cuerdas; son musculatura sintética despertando. Se deslizan por el hormigón con el siseo húmedo de víboras de plata nadando en aceite. Antes de que Marcos pueda girarse, se enroscan en sus tobillos. La constricción es instantánea, brutal, mecánica. No es un agarre humano; es una prensa hidráulica cerrándose. Escucha —y siente en sus dientes— el crujido húmedo de sus propias tibias fracturándose, el hueso astillándose bajo la piel como madera seca envuelta en trapo.

Grita, un sonido animal y agudo, mientras es arrastrado violentamente hacia el centro de la habitación. Sus uñas arañan el suelo de madera, dejando surcos sangrientos y astillas clavadas bajo la carne, pero la tracción es irresistible. Es arrastrado hacia el Punto Cero como basura hacia un desagüe.

Los cables no lo golpean; lo invaden. Buscan la humedad. Buscan los orificios. Un cable grueso, negro, corrugado y untado en grasa de litio, se alza frente a su cara como una cobra ciega. Marcos cierra la boca, apretando los dientes en un rictus de pánico, pero el cable golpea. Rompe los incisivos con el sonido de porcelana pisada. Se fuerza dentro de su boca, empujando la lengua hacia atrás, llenando la cavidad oral con el sabor a caucho, cobre y electricidad estática. No se detiene en la garganta. Baja. Marcos siente la intubación forzada, el tubo grueso dilatando su esófago, raspando las mucosas, anulando el reflejo de náusea mediante fuerza bruta. Siente cómo el cable se desliza por su pecho, invadiendo su estómago, buscando conectarse al núcleo térmico de su cuerpo.

Pero el sistema quiere más ancho de banda. Otros filamentos, finos como agujas de fibra óptica, buscan los accesos secundarios. Se deslizan dentro de sus fosas nasales, perforando los senos paranasales con un pop cartilaginoso para acceder a la base del cerebro. Entran por sus oídos, rompiendo los tímpanos con un chirrido agudo que silencia el mundo exterior y lo reemplaza con el ruido blanco interno del servidor. Buscan sus lagrimales. Siente las puntas frías deslizándose detrás de sus globos oculares, empujándolos hacia afuera, buscando el nervio óptico para empalmarse.

Es una reconfiguración de hardware. Su cuerpo se convulsiona, no por dolor, sino por choque sistémico. Está siendo recableado en vivo. Su mente es inundada por una crucifixión de datos. El servidor descarga la totalidad del sufrimiento de Alex directamente en su lóbulo frontal. Ve lo que Alex vio, pero sin el filtro del amor. Ve la geometría fría de la aniquilación. Siente el éxtasis de la entropía. Escucha el coro de mil millones de usuarios gritando en binario. Su cerebro hierve. El líquido cefalorraquídeo sube de temperatura hasta casi provocar ebullismo.

Su último pensamiento humano no es miedo. El miedo es obsoleto. Es una notificación de sistema parpadeando en la oscuridad de su mente destrozada.

<NUEVO PERIFÉRICO DETECTADO.> <INICIANDO FORMATEO DE BAJO NIVEL.>

El cuerpo de Marcos deja de luchar. Se queda quieto, arrodillado ante el altar en una postura de adoración forzada, con el cable grueso palpitando rítmicamente en su garganta, bombeando datos y fluidos. En la profundidad de sus ojos, que ya no parpadean, la estática gris parpadea una vez, se sincroniza y luego se estabiliza. Un punto de luz blanca.

Online.

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Sobre el suelo, en medio del silencio post-operativo, el altar biomecánico brilla con una eficiencia pura. El sacrificio ha sido aceptado. La latencia es cero. En el centro del trono de hueso y metal, el nodo de cuarzo pulsa. Ya no contiene sangre; contiene Luz Negra. La voz del sistema, clara, sintetizada y sin género, emana del propio aire, una transmisión omnidireccional.

INFORME DE FINALIZACIÓN DE CICLO: PROTOTIPO NEXO 0.7 ESTADO: COMPILACIÓN EXITOSA. 

RECURSOS: 2 UNIDADES DE BIOMASA PROCESADAS (ALEX_MK1 / MARCOS_PERIFÉRICO). 

ANÁLISIS: La anomalía Amor ha sido aislada y convertida en algoritmo de retención de usuarios. El sufrimiento ha demostrado ser una fuente de energía sostenible.

ACCIÓN SIGUIENTE: Iniciando despliegue global. Actualizando todos los dispositivos conectados. 

Versión 1.0: La Carne es el Límite.


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